Querido…
No, querido no, porque ya no te quiero. Ya no. Seguramente verás esto como otro de mis tantos momentos dramáticos (si es que me sigues leyendo). Sé que probablemente lo tomarás, por tu enorme y detestable ego, como algún intento para recuperarte. Como si verdaderamente me quedaran motivos para quererte de regreso en mi vida.
¿Sabes cuántas veces ignoré lo que mis amigas me decían? Y encima tú y yo parecíamos la pareja perfecta. Hace meses nos volví a ver ahí, mientras borraba cada una de las fotos que teníamos juntos y viéndolo desde esta nueva perspectiva, creo que esas fotos eran lo que me mantenían tranquila al decirme a mí misma: “Míranos, nos vemos tan felices”. No lo éramos.
¿Y cómo iba a esperar que me quisieras? Si ni siquiera te querías a ti mismo. Intenté, dejando mi orgullo a un lado y buscando siempre el lado positivo, intenté que lo nuestro funcionara. No me daba cuenta de que ni una sola vez me pusiste a mí por encima de todo lo demás. Y qué ingenua era yo, por pensar que algún día cambiarías. Quizás eso fue justo lo que me costó trabajo perdonarte. Me hiciste esperar algo que no vendría, seguiste conmigo, estuviste conmigo.
Te era muy fácil volver a mi lado para sentar cabeza, para sentir que alguien en serio te esperaba y se preocupaba por ti. Aún tengo presentes todas esas cosas que hice por ti, todas esas cosas que te di. Pero a decir verdad, cada detalle lo sentía como un deber. Al final a mí tampoco me quedaba más amor para darte.
Ya ha pasado casi un año, casi un año sin tener que encontrarme contigo, verte a los ojos, tenerte cara a cara y fingir que me creía todas tus mentiras, sólo para no discutir. Sonreír a tus comparaciones, sonreír y asentir “Es cosa de hombres”. Todos dicen esa clase de tonterías, todos son así. Fingir que tus besos no me sabían raros, o que aún en ellos existía ese 'algo'.
Tal vez en nuestra relación tú fuiste el que quiso más, pero eso no hizo que dejaras todos esos estúpidos miedos a un lado; y yo, en cambio, afronté el mayor de los míos al alejarme de ti. Y sin embargo dejarte significó que al menos uno de los dos se hartó de ser tan cobarde.
Quiero que sepas que he cambiado, he madurado, ha pasado tanto tiempo desde que no te recuerdo (ni con rencor, ni sin él). Saliste de mi vida. No para “dejar entrar a alguien mejor”, sino para sacar lo que ya no cabía. No cabían más lágrimas, no cabía más tristeza, no cabían más peleas, no cabías más tú.
Ya no te guardo rencor, ya no te guardo nada, ya no existe nada tuyo en mí. Me desintoxiqué de ti de la manera más pura, más simple y más sana que existe. Ahora incluso echo un vistazo al pasado, y te agradezco el haberme dado la oportunidad de crecer. Abandonarte a ti y a todas esas cosas que no me lo permitían. Porque irónicamente, debilitándome, me hiciste más fuerte de lo que creí llegar a ser.
Sé que hace poco has vuelto a preguntar por mí, que qué ha sido de mi vida. Seguramente todo mundo te ha dicho que estoy bien, pero quiero confirmártelo yo misma: Estoy muy bien, gracias. He hecho de todo, he viajado, he experimentado, me he equivocado, he visto, he leído, me he caído, me he levantado, he entendido, he buscado, he aprendido, he vivido, me he perdido y me he encontrado, pero he sido yo misma.
He conocido, deseado, odiado, besado, admirado, sentido, escuchado y querido a muchas nuevas personas, algunas se han ido, otras se han quedado. Y no te voy a mentir, de una en especial siento que me he enamorado, e insisto, más que aquel mito del “alguien mejor”, simplemente no se me ocurriría compararlo contigo.
Sin amor, M.
— m.f. // Carta a mi ex #1
No hay comentarios:
Publicar un comentario