domingo, 9 de febrero de 2025

Al perderte, me encontré a mí

Un día estaba todo bien.

Contigo sentí algo que nunca antes había sentido:

seguridad.

Como si, por primera vez, 

mi corazón tuviera un lugar en donde descansar,

y mi mente uno en donde dejar de sobrepensar.

No tenía miedo.

No dudé.

Me entregué a la calma de estar contigo,

a la certeza de que esta vez,

tal vez,

todo sería diferente.

Y entonces, un martes cualquiera,

me dejaste con todo el amor en las manos.

Sin previo aviso, sin una grieta visible antes de la caída.

Solo un silencio lleno de despedidas no dichas,

solo una ausencia que se sintió como un eco infinito.

Y yo me quedé ahí,

sosteniendo todo lo que aún tenía para darte,

pero que ahora ya no sabía en dónde poner.

Me hice tantas preguntas…

las mismas, una y otra vez.

¿En qué momento dejó de ser suficiente?

¿Qué fue lo que no vi?

¿Por qué no fuiste capaz de quedarte?

Pero el silencio resolvió mis dudas,

o tal vez fui yo quien encontró las respuestas dentro de sí misma.

No fue el timing.

No fue la distancia.

No fue el miedo.

Simplemente, no eras tú.

Tal vez te idealicé demasiado.

Tal vez amé más la idea de lo que podríamos haber sido

que la realidad de lo que éramos.

Tal vez para ti nunca fue tan real como lo fue para mí.

No lo sé.

Pero al final del día,

no puedo quebrarme la cabeza intentando entender la tuya.

No quise darte espacio para explicaciones,

porque sabía que cualquier palabra que 

saliera de tu boca sería un consuelo falso.

Tu decisión ya estaba tomada.

Y aunque dolió,

hoy entiendo que era lo mejor.

Pasé tanto tiempo preguntándome qué hice mal,

en qué fallé,

cuál fue mi error.

Pero no.

No soy demasiado.

No soy poco.

Soy yo.

Y para alguien, eso será suficiente.

Para mí ya lo es.

No te odio.

No te guardo rencor.

Te quise de verdad.

Te habría elegido una y mil veces,

a pesar de las adversidades.

Pero el que tú no me eligieras,

me obligó a elegirme a mí.

El que tú no me quisieras,

me enseñó a quererme más a mí.

Y, aunque no lo creas,

incluso ahora,

agradezco haberte conocido.

Agradezco haberte sentido y

haberme permitido entregarme

a pesar de la incertidumbre.

Porque todo lo que llega,

nos va acercando a lo que realmente nos pertenece.

Pero hoy sé que no eras tú.

Que nunca fuiste.

Y que nunca serás.

Porque aunque las cosas

se acomodaran,

aunque la distancia 

se acortara...

Aunque volvieras

y dijeras todas las palabras

que te imaginé tantas veces diciendo en mi cabeza,

no sería suficiente.

En este punto,

ya nada sería suficiente.

Porque no puedo volver a un lugar

donde la seguridad ya no existe.

Donde la base que nos sostenía,

se rompió.

Y claro que duele.

Claro que pesa.

Pero no voy a hundirme por algo

que no era para mí,

algo que se sentía como

prestado.

Todo pasa.

Y yo voy a estar bien.

Lo que tuvimos fue especial,

claro que lo fue.

Pero así como conecté contigo,

voy a conectar con muchos más.

Porque sé amar.

Porque sé cuidar.

Porque sé entregarme.

Porque sé que el amor no es miedo,

ni incertidumbre,

ni alguien que duda de si quiere quedarse.

Porque sé que merezco un amor

que sea tan grande como lo que llevo dentro.

Quiero enamorarme,

quiero sentirlo todo.

Lo bueno, lo malo y todo lo que hay en medio.

No quiero amores tibios.

No quiero dudas disfrazadas de promesas.

Quiero alguien que me ame con la misma intensidad

con la que yo amo la vida.

Te deseo mucha luz y felicidad.

Que encuentres lo que buscas,

que cumplas todas tus metas

y los sueños que me platicaste.

Que encuentres ese amor que no te genere dudas,

que te haga sentir tan seguro como yo me sentí contigo.

Yo seguiré con mi proceso de autodescubrimiento.

Porque ya no soy la misma de antes.

Ya no soy la que se queda esperando,

la que se pierde intentando entender lo que no tiene sentido.

Ya no soy la que se olvida de sí misma 

por retener a alguien que no me elige.

Ahora soy la que encuentra contención en sí misma,

la que se abraza en su dolor y lo convierte en fuerza.

La que se levanta,

la que entiende que no depende de nadie más

para ser suficiente.

No te guardo rencor,

pero sí me guardo a mí.

Me guardo el amor que no me diste,

me guardo la paz que me quitaste,

y me guardo la lección que aprendí:

soy suficiente por el simple hecho de ser yo.

No tengo que pelear por un lugar en la vida de alguien.

El lugar que me corresponde es el que yo misma me hago.

Y estoy agradecida,

porque todo lo que vivimos 

me hizo entender que soy capaz de sentir y entregarme

sin tenerle miedo a la incertidumbre.

Así que hoy, después de todo,

me quedo con la certeza de que todo lo que se va,

es para dejar espacio a lo que merece llegar.

Sé que lo mejor siempre llega después,

cuando el espacio se limpia,

cuando lo que no sirve se va.

Y sé que mi destino está por venir,

porque ya lo estoy construyendo,

con todo lo que soy,

con todo lo que aprendí a ser.

Y yo sé que será mucho mejor,

porque incluso yo soy mejor ahora que te fuiste.

Y mientras tanto,

seguiré amando la vida.

Seguiré aprendiendo a cuidarme,

a ser mi propio refugio.

A ser mi propio todo.

Seguiré creciendo, aprendiendo, conociendo

y abriéndome a todo lo que está por llegar.

Y cuando el amor que merezco llegue,

será el tipo de amor que se queda,

que me elige sin reservas,

que no tiene dudas.

El tipo de amor que se construye,

que se respeta,

que crece con el tiempo.

Ese amor será para mí.

Así que ya no me quedan preguntas

sin respuesta,

ni dudas, ni vacíos que me atormentan.

Todo se va acomodando,

y yo me entrego a ese flujo,

a esa certeza de que todo tiene su razón de ser.

No tengo que entender cada pieza del rompecabezas,

porque el Universo ya tiene todo trazado.

Solo me dejo llevar,

porque sé que en cada paso,

me acerco más a mi propósito,

más a mi destino.

Lo que no fue, no era para mí,

y lo que viene, será aún mejor.

Lo que se fue, se fue porque ya no encajaba

y lo que llegue, lo recibiré con los brazos abiertos,

con la certeza de que será justo lo que necesito,

en el momento exacto,

cuando esté lista para recibirlo.

No tengo miedo de lo que vendrá,

no temo al vacío

ni a la soledad,

porque sé que el Universo tiene un plan,

y me está guiando a mi destino.

Cada paso, cada lección,

cada adiós,

me acerca más a mí misma

y me aleja de lo que no me hace bien.

Al final, sé que todo se alinea,

que todo encaja,

y que lo único que tengo que hacer es confiar.

Porque el Universo, siempre,

siempre me lleva hacia donde debo estar.


                                                                        — m.f. // Al perderte, me encontré a mí


viernes, 31 de enero de 2025

El regalo de re(encontrarnos)

Conocí a alguien 

(por segunda vez).

Pero, esta vez, todo se sintió bien.

Desde que reconectamos, 

algo dentro de mí comenzó a hacer sentido

de una forma tranquila, pero profunda.

Me da paz.

Una paz que no viene de la ausencia de complicaciones, 

sino de la aceptación plena de lo que fuimos, 

de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.

Su voz no ahoga el ruido del mundo,

pero lo transforma en algo suave, 

liviano, manejable y lejano.

Es como si el caos supiera que aquí no tiene espacio,

como si todo hubiera encontrado su ritmo natural,

sin que tuviéramos que empujar o forzar nada. 

Su risa tiene la capacidad de calmar la estática de mi mente, 

transformando lo que parecía confuso y pesado en algo ligero. 

Tiene esa calma que me hace sentir que todo encaja, 

que no necesito ser más de lo que soy. 

Me da tranquilidad.

Pero no porque me haga falta,

sino porque llega como un reflejo de lo que ya soy,

como si al mirarlo viera todo lo que alguna vez soñé para mí,

todo lo que me prometí encontrar 

cuando aprendiera a amarme primero.

Y creo que en esas estamos.

Nunca antes había experimentado un amor así,

tan puro, tan genuino, tan inocente.

Sin juegos, sin dudas, sin prisas,

sin la sombra de lo que pudo ser con alguien más.

Es un amor que fluye con naturalidad.

Un amor que no empuja, que no jala, que no estanca,

que no nace de la urgencia, 

ni de la carencia, ni de la necesidad.

Sino de la elección consciente de estar,

de la certeza de que no necesitamos salvarnos,

pero qué bonito es impulsarnos.

Es un amor que me acepta tal como soy, 

que me da espacio para crecer a mi propio ritmo,

sin exigencias ni condiciones. 

No pretende cambiarme.

Me deja ser, me deja descubrirme 

y reinventarme bajo mis propios términos.

No espera que yo encaje en una versión de mí que no existe,

no intenta moldearme a sus expectativas,

me recibe en todas mis formas,

en todos mis procesos.

No viene a darme respuestas,

sino a acompañarme mientras las encuentro por mí misma.

No pretende apresurar nada ni forzarme en ninguna dirección.

Se siente como si hubiera sido destinado a llegar, 

como si los caminos de ambos se hubieran 

reencontrado en el momento perfecto, 

cuando estábamos listos para elegirnos.

Y eso, precisamente, es lo que más me llena. 

El saber que lo que compartimos no nace 

de la necesidad de tener a alguien, 

sino de la simple elección de estar juntos porque sí,

porque se siente bien, 

porque queremos estar el uno con el otro 

sin más razones que las que nos nacen del corazón. 

Nunca antes me había permitido amar desde esta plenitud. 

Es como si mi relación conmigo misma se hubiera consolidado 

de una manera tan clara que ahora puedo compartir esa paz con él. 

Nos elegimos todos los días, sin miedos, ni dudas, ni reservas,

porque sabemos lo que significa sentirnos 

completos dentro de lo que somos 

y de lo que representamos el uno para el otro.

Y no, esto no significa que todo sea perfecto para mí.

Aún tengo mis días malos.

Días en que las horas parecen no terminar.

Días en los que la nostalgia llega y se instala sin avisar

o en los que la vida parece exigirme más de lo que puedo dar.

Pero con él, esos días se hacen más llevaderos. 

Incluso en esos momentos,

encuentra la manera de sumarme,

de hacerme sentir que no estoy sola.

No es que cambie lo que no se puede cambiar, 

sino que simplemente con su presencia, 

el peso de esos días parece aligerarse. 

Y me recuerda que no todo es gris, 

que siempre hay algo por lo que vale la pena sonreír, 

que todo tiene un propósito,

incluso cuando las horas pesan un poco más. 

Y, de una u otra forma,

me reitera que, aunque siga teniendo días difíciles,

ahora estoy acompañada.

Algo que amo es que nos reflejamos en lo que realmente importa, 

en lo que da sentido a nuestras vidas. 

Nuestros valores, nuestra forma de ver el mundo,

nuestros sueños, nuestras creencias,

lo que nos acerca a nuestra humanidad.

Pero, a la vez, nos complementamos en las diferencias. 

Lo que él tiene y yo no, lo que yo tengo y él no, 

se convierte en lo que nos hace crecer, 

lo que nos hace aprender del otro, 

sin perder lo que somos por separado. 

Es como si hubiéramos crecido en caminos distintos 

pero con la misma brújula, dirigiéndonos al mismo destino.

Esas diferencias no nos separan, nos unen. 

Nos permiten ser más grandes de lo que ya éramos, 

sin perder nuestra propia esencia. 

Nos completamos, nos reflejamos, 

pero también nos retamos,

porque somos lo suficientemente valientes 

como para ser quienes somos, 

sin miedo a las diferencias.

Y, por supuesto,

también nos inspiramos,

nos aplaudimos

y nos admiramos mutuamente.

Me encanta escucharlo hablar sobre la vida,

la forma en la que ve el mundo,

su perspectiva, su claridad, su perseverancia, 

su determinación, sus ganas.

Amo como le ve el lado bueno a las cosas.

Su enfoque me impulsa a ser mejor, 

a ver el mundo desde otro ángulo, 

a mirar más allá de lo evidente.

Y yo sé que él también siente lo mismo por mí.

Nos ayudamos a crecer, a ser mejores el uno para el otro, 

y eso me llena de una felicidad profunda. 

Me muero por vivir esta aventura con él,

por acompañarlo en su viaje,

por ser parte de sus sueños,

que se convierta en parte de los míos

y, con el tiempo, crear los nuestros.

Porque sé que esto puede trascender.

Porque nunca me ha hecho cuestionar el lugar que tengo en su vida,

porque en todo momento, me elige,

como yo lo elijo a él.

No hay inseguridad,

ni hueco para la incertidumbre.

Me da la seguridad de saber que estoy donde quiero estar,

con quien quiero estar.

Y sé que lo que tenemos es único,

que la mayoría de la gente muere

sin haber experimentado algo tan puro,

tan perfecto,

como un tesoro que encontramos

y que cuidaremos,

porque es tan valioso que sé que ninguno 

de los dos estaría dispuesto a perderlo.

Y lo más bonito de todo es que me acerca más a mí.

A mi esencia, a mi plenitud, a mi destino, 

a la mejor versión de mí misma.

Y yo lo acerco más a él,

a su propia verdad, a su propio camino, a su propósito,

a esa parte de él que también estaba esperando ser descubierta.

Es un amor sin miedo,

sin ese peso de los errores pasados,

sin la angustia de tener que aferrarte a él

porque sientes que se te va.

No hay ninguna ansiedad 

disfrazada de interés,

ni dependencia envuelta de promesas.

Es sencillo.

Es ligero.

Pero también es profundo.

Y eso lo hace más especial.

Lo que compartimos se ha vuelto algo tan 

maravilloso porque no hay presiones, 

ni expectativas que no podamos cumplir. 

Es un amor que se mantiene firme en su núcleo 

pero que va creciendo y echando raíz en cada rincón de nuestras vidas. 

Se siente como haber llegado a un lugar 

que no sabía que estaba buscando,

como encontrar algo que no necesitaba,

pero que ahora no imagino no tener.

Es una experiencia nueva,

una certeza que no pide explicaciones,

una historia que se desenvuelve a su propio ritmo,

sin prisa, sin presión, sin miedo a lo que sigue.

Algo que elijo, algo que elijo todos los días. 

Lo elijo porque lo que compartimos no se puede encasillar en palabras. 

Es un amor que no necesita ser nada más que lo que ya es: puro, sincero, transformador y real. 

Y por esto, a cada paso, me sigue sorprendiendo lo bien que encajamos, 

cómo nos encontramos siempre en el mismo lugar, 

en la misma dirección, con la misma claridad.

Quiero que esto siga siendo así. 

Porque cada día a su lado es una nueva oportunidad para descubrirnos más, 

para seguir creciendo, para vivir lo que solo nosotros entendemos. 

Y eso que compartimos, es una bendición. 

Es lo más hermoso que he encontrado. 

Es un regalo que quiero cuidar...

simplemente, es un amor que quiero seguir eligiendo siempre.

Y pues nada,

en pocas palabras,

me gusta un poco (mucho) más mi vida desde que está en ella.

No sé qué vaya a pasar,

no sé qué nos deparará el futuro, 

pero, en este momento de mi vida,

lo que más quiero en el mundo es que funcione.

Quiero que sí.

Quiero que él.

Quiero que se nos dé.

— m.f. // El regalo de re(encontrarnos)

viernes, 24 de enero de 2025

Nuestro colapso estelar

Nunca planeamos esto.

No estábamos hechos para encontrarnos,

o eso creímos durante años.

Dos estrellas orbitando el mismo cielo,

conscientes de la existencia del otro,

pero siempre manteniendo una distancia segura,

como si el Universo supiera que hacernos chocar

sería igual de épico que destructivo.


Pero, un día de la nada, pasó. 

Quizás fue un accidente.

Quizás el Universo se distrajo 

lo suficiente como para permitirnos 

irrumpir en la vida del otro, 

rompiendo todo lo establecido.


Y de pronto, ahí estabas,

en mi espacio, en mi tiempo,

ignorando todas esas reglas que alguna vez nos alejaron.

Rompimos tantas de esas juntos...

Compartimos risas que se sentían como huracanes

y silencios que de alguna manera lograban decirlo todo.

Había una química que quemaba,

que nos encendía y nos consumía a la vez

- y una conexión que era caos

y perfección en la misma medida.

Como si nuestras piezas,

aunque rotas,

encajaran demasiado bien.


Dormimos juntos muchas noches,

enredados en una intimidad

que iba más allá del cuerpo,

que a veces se sentía como un hogar

y otras como una tormenta.

Compartimos madrugadas que parecían no tener fin,

y canciones que hablaban por nosotros,

como si cada acorde supiera lo que no nos atrevíamos a decir.


Había momentos de ligereza, 

de esa alegría que no necesita explicación.

Pero entre las risas y la música,

había una verdad que yo no quería aceptar.

También estaban los excesos,

los vicios que disfrazábamos de conexión.

Eran noches largas donde nada parecía real,

y días que amanecían vacíos,

con una sensación de cansancio 

que ni el sueño más reparador podía quitar.

Tu compañía era como esas noches de verano

que deberían dejarte sin aliento,

pero que al final solo te hacen sentir cansada,

con un hueco que no sabes cómo llenar.


Tu humor era tu escudo,

una forma de esquivar lo incómoda 

que puede llegar a ser la realidad.

Y aunque tus bromas llenaban los silencios,

también dejaban heridas.

Entiendo que con cada chiste, 

intentabas aligerar el peso.

Pero tus comentarios, tus comparaciones,

a veces me herían.

Y aunque sé que no lo hacías con maldad,

me dolían igual.

Y en silencio, aprendí a cargar con esas heridas

y callarme las cosas. 


Con el tiempo, vi más allá de tu fachada.

Llegué a conocer tus miedos,

tus inseguridades,

tu vulnerabilidad oculta,

todo lo que escondías detrás de tu risa fácil,

todo lo que quizás nadie más había visto.

Y sé que eso te asustó.

Te vi como realmente eras,

y creo que eso te hizo retroceder.

No por mí.

Sino porque al ver tu reflejo en mis ojos,

creo que viste lo que podrías llegar a ser,

pero también la versión de ti que tendrías que dejar atrás

para convertirte en eso que yo necesitaba. 

Porque avanzar conmigo significaba cambiar,

dejar atrás la versión de ti que te era cómoda,

que te hacía sentir seguro,

a la que estabas tan acostumbrado.


Y aunque sabía que había algo frágil en ti,

algo roto que intentabas ocultar,

me atreví a mirarte con ojos de amor.

Y esa vez,

cuando mis ojos te buscaron de verdad,

me dijiste, casi susurrando:

“No me mires así”.

Como si mis sentimientos pudieran derrumbar 

esas barreras que tanto te había costado construir.

Como si en mi mirada pudieras caer.

Como si mi amor fuera ese laberinto

del que no sabrías cómo encontrar la salida.


Quizás fui demasiada paz para ti,

pero tú, por otro lado,

tú me robabas la paz. 


Entre risas y caricias,

nuestros encuentros estaban marcados

por excesos, vicios compartidos y desvelos

en esas madrugadas que se sentían efímeras

pero que dejaban un vacío

que no se llenaba al amanecer.


Y, eventualmente, 

me confundí entre esa neblina

y creí haber encontrado algo

entre lo que parecía placer

pero también era desgaste.


Al final de cuentas,

entendí que nuestro intercambio de energía era desigual.

Yo daba y daba,

y tú tomabas,

como si mi energía pudiera sostenerte,

como si mi luz pudiera llenar ese hueco

que no querías mirar.

Pero yo me agotaba.

En ese intercambio desigual,

perdía partes de mí.


Cuando te fuiste lejos, 

la distancia hizo lo suyo 

y me dio la claridad que necesitaba.

Tú estabas en otro lugar, con otras personas.

Yo también.

Y aunque probé otras risas y otras manos,

ninguna conexión se sintió como la nuestra.

Pero tampoco se sintió tan desgastante.

Dejé a un lado lo que no me aportaba,

me enfoqué en lo que realmente importaba:

mi bienestar, mi paz,

mi plenitud, mi reconstrucción, 

mi camino,

en mí.

Me alejé del caos que confundía el placer con el desgaste

y, poco a poco, entendí que mi energía es mía.

Que puedo compartirla, sí,

pero nunca más regalarla.


Cuando regresaste,

pareció que el tiempo no había pasado.

Como si hubiéramos retomado en donde lo dejamos.

Volvimos a lo mismo.

A los chistes, a las canciones,

a las madrugadas que parecían repetirse como un eco.

Todo parecía igual:

las risas, la química,

el vértigo de estar juntos.


Pero esta vez era diferente.

Había algo en tus ojos,

algo que buscaba aferrarse a mí.

Como si intentaras convencerme 

- o convencerte -

de que podías ser lo que yo necesitaba,

de que podías darme lo que buscaba.


Y aunque me dijiste desde el principio

que no me enamorara de ti,

al final, creo que fuiste tú quien se enamoró.

Incluso me lo confesaste esa vez,

quizás influenciado por el alcohol

o por una noche que parecía no tener fin.

Pero, como haya sido,

esas palabras no fueron suficiente.

No porque no las sintiera genuinas,

sino porque sabía que no podías sostenerlas. 


Además, esta vez yo veía todo con claridad,

y aunque esa frase me hizo temblar,

no pude decírtela de regreso.

No porque no te quisiera,

sino porque ahora sabía algo que antes no había entendido:

mientras tú te recargabas de mi luz,

yo me quedaba vacía. 

Y, por fin comprendí, que no eras parte de mi destino,

ni de mi mejor versión,

de esa que estoy construyendo,

esa que ahora quiero ser.


Y aunque vi en ti el potencial de ser alguien diferente,

alguien mejor,

entendí que no era mi responsabilidad esperarte.

No podía quedarme contigo por la persona que podías llegar a ser.

Porque, al final del día, 

somos lo que somos.

Y, francamente, 

a mí no me gustaba la persona que era cuando estaba contigo. 


Te quiero, y siempre te querré,

pero en un rincón del pasado,

no del presente.

Porque ahora sé

que el amor propio empieza con soltar,

con aprender a dejar ir todo lo que pesa,

todo lo que duele más de lo que sana.


Espero de corazón que encuentres tu camino,

aunque aún no sepas cuál es.

Que descubras quién eres y quién quieres ser.

Que encuentres lo que buscas

y lo que te llene.


Yo, por mi parte, quiero algo más.

Quiero seguir adelante,

seguir construyendo mi realidad,

mi plenitud, mi paz.

Quiero elegir lo que me suma,

lo que me hace crecer,

lo que me acerca a la persona que quiero ser.

Quiero encontrar mi destino

y llenarlo de luz,

de paz,

de amor propio.


Te agradezco por las lecciones,

por mostrarme lo que quiero

y, sobre todo, lo que no.

Por ayudarme a entender que mi energía es valiosa,

que no tengo que perderme

para que alguien más se encuentre.

Y que mi luz es mía

- y que nunca más la voy a desgastar

intentando iluminar a alguien más.


Te dejo con mis mejores deseos,

con gratitud por lo que fuimos

y por lo que me ayudaste a ver en mí.


Creo que a veces, las estrellas están destinadas

a brillar en cielos diferentes

y está bien.


Sé que cuando piense en ti,

en lo que fuimos,

me quedaré con lo bueno.

Pero también con la certeza

de que mi vida sigue adelante,

tal vez vacía de ti,

pero llena de todo lo que merezco.


Espero que un día mires atrás

y entiendas que este caos

fue un paso más hacia tu destino.

Porque aunque yo no he encontrado el mío,

hoy sé que no está contigo.

Hoy sé que nuestros caminos no son el mismo. 


Mis pasos ya no te buscan,

y mi corazón, aunque alguna vez te quiso,

ahora camina hacia algo más grande.

Hacia mí misma.

                                                                                          — m.f. // Nuestro colapso estelar

jueves, 23 de enero de 2025

No pedía demasiado, te pedía a ti

A veces pienso en todo lo que he vivido hasta ahora. En los días que pasé explicando mis emociones, rogando que me escucharan, que me entendieran. En las noches en que me acosté con una sensación de vacío. Creyendo que, tal vez, mi forma de ser era una carga, que tal vez estaba pidiendo demasiado. Hubo tantas veces que creí que el amor no era para mí. Me cansé de conocer a tantas personas que no entendían lo que realmente necesitaba, que me hacían sentir que mis expectativas eran demasiado altas, que tenía que pedir que me dieran lo mismo que yo les daba por sentido común. Pasé por situaciones en las que me dijeron que era perfecta solo para después hacerme sentir que algo en mí estaba mal. Recuerdo cómo me acostumbré a palabras que no pesaban nada y a promesas que nunca llegaron más lejos que ser una intención vacía. Recuerdo las veces en las que me callé temerosa para evitar una discusión o alguna incomodidad, en las que me hice pequeña porque ser yo parecía demasiado. 

Conocí personas que me hicieron sentir invisible cuando lo único que quería era que me miraran de verdad. Personas que se enamoraron de mi risa en público, como si fuera un adorno para sus vidas, pero me pidieron que guardara silencio cuando estábamos solos. Me pidieron que fuera más tranquila, que dejara de hablar tanto, que dejara de ser tan yo. Otras que vieron mi inteligencia como un trofeo como si fuera suya para presumirla a los demás, nunca desde el lugar correcto. Unas que dijeron amarme, pero desaparecieron cuando les mostré mis miedos, mis días grises, mis inseguridades, como si no hubiera espacio para "tanto" en sus vidas. Personas que amaron lo que les convenía de mí y apartaron la mirada de lo que no les resultaba cómodo. Hubo quienes me quisieron, pero no supieron cómo ver la totalidad de lo que era. Otros que me amaron por lo que veían, por mi cuerpo, pero no por lo que pensaba, por lo que sentía, por la manera en que me emocionaba por las cosas, por mi alma que necesitaba ser entendida. Amaron la imagen que tenía, la forma en que me movía, pero nunca intentaron mirar más allá de la superficie. Se sintieron atraídos por lo que era visible, por lo que encajaba en su idea de belleza, pero no supieron cómo amarme cuando les mostré mis pensamientos profundos, mis preocupaciones, mis emociones intensas, mi visión del mundo o mi mente que siempre estaba en constante movimiento. Hubo quienes dijeron que era difícil de entender, que mi intensidad era agotadora, que mi forma de sentir las cosas hacía todo más complicado. Creo que, al final del día, vieron mi profundidad como una amenaza, mi sensibilidad como un defecto, mi autenticidad como algo que necesitaba ser moldeado. 

Y, hubo también quienes, sin darse cuenta, me anclaron más de lo que me elevaron. En vez de alentarme a ser más, a crecer, me sujetaron a sus inseguridades, a sus limitaciones. No solo no me ayudaron a crecer, sino que me mantuvieron anclada en un lugar que no era el mío. Me ofrecieron su amor, pero sus expectativas me ataron, sus inseguridades me hicieron dudar de mí misma, y sentir que no valía la pena buscar más allá de lo que ya era. Con ellos, no hubo impulso, no hubo crecimiento, solo estancamiento. Me hablaron de sueños, pero me limitaron a sus propias expectativas. Intentaron moldearme a su idea, a lo que querían que fuera. Y en su necesidad de control, olvidaron que lo más hermoso de una relación es  levantarse mutuamente, crecer juntos, elevarse el uno al otro. Pero ellos no me levantaron, me anclaron. Me mantuvieron en un lugar donde mis sueños, mis ambiciones y mi esencia se sintieron atrapadas. Se quedaron con lo que era fácil, lo que les convino, y me dejaron sin la libertad de volar. Me pidieron que me quedara, que me conformara, cuando lo único que yo deseaba era volar y ser libre, alcanzar la mejor versión de mí misma. 

Y me hicieron dudar de mí misma. Tanto que llegué a pensar que el problema era mío. Que tal vez no había lugar en este mundo para alguien como yo. Que mi risa, mis lágrimas, mis palabras, mis pensamientos, mis silencios y todo mi ser eran demasiado para cualquiera. Me hicieron sentir que tenía que ser menos, que tenía que adaptarme, reducirme, aceptar migajas y hacerme pequeña para encajar en sus vidas. Así que aprendí a callar, a dejar de pedir, a quedarme en silencio, porque siempre me decían que ya estaba pidiendo demasiado. Hubo veces en las que sentí que mi risa era demasiado ruidosa, que mis lágrimas eran demasiado intensas, que mis palabras no eran suficientemente fáciles de digerir. Y por más que intenté cambiar, por más que me esforcé por encajar en sus expectativas, algo dentro de mí sabía que esa no era la forma correcta de vivir, que eso no era lo que merecía. Pero aun así, me quedé. Me quedé porque no quería estar sola, me quedé porque pensé que tal vez mi forma de ser era la que estaba mal, que tal vez pedir todo lo que necesitaba era pedir demasiado. Y poco a poco, me fui adaptando. Dejé de soñar tan alto, dejé de luchar por lo que realmente quería. Me conformé con lo que había. Y me quedé en el lugar que crearon para mí, olvidando que tenía alas para volar.

Pero en el fondo, siempre quedó esa pregunta:

¿Será que estoy destinada a esto?

¿Será que pedir todo lo que quiero es pedir demasiado?

Hubo momentos en los que creí que estar sola era la única opción, que mi forma de sentir, mi intensidad, mi risa, mis lágrimas, mi autenticidad, mis palabras y silencios, eran demasiado grandes para este mundo. Así que elegí estar sola, no como un acto de tristeza, sino como un acto de protección. Porque la verdad, los besos vacíos, las palabras que se llevó el viento, y las promesas rotas me dejaron cansada. Aprendí a cuidarme, a amarme y a darme todo lo que los demás no pudieron. Aprendí a disfrutar mi compañía, a no esperar nada de nadie, a no depender de alguien para sentirme completa, a cuidarme sola porque nadie más lo iba a hacer. Y, poco a poco, la soledad dejó de ser un peso. Fue en ese momento, cuando me permití estar sola, que entendí que no estaba pidiendo demasiado. Solo estaba pidiéndole lo correcto a las personas equivocadas, a esas que no sabían amarme como necesitaba ser amada. No era que mis expectativas fueran irrealistas, solo estaba esperando a alguien que me viera, que viera todo lo que soy. Alguien que, sin esfuerzo, me entendiera. Alguien que se quedara.

Y entonces, llegaste tú. No porque te haya conocido aún, sino porque te siento, te intuyo, y sé que vas a llegar en el momento perfecto. Y con tu llegada, todo se acomodará. No sé cómo sucederá exactamente, pero todo encajará de una manera que no habré experimentado antes. Y sé que, por fin, todo tendrá sentido. Porque no voy a tener que pedirte que me veas, que me escuches, que me entiendas. No me pedirás ser alguien diferente, ni me harás sentir que mis inseguridades son una carga. Contigo, mis defectos no serán imperfecciones, serán partes de mí que encuentras hermosas. Y sin que te lo pida, me darás lo que siempre quise: tu atención, tu comprensión, y lo más importante, tu tiempo. Todo lo que siempre pareció difícil con otros, contigo fluirá de manera tan natural que me hará darme cuenta de lo que realmente merecía, y de lo que nunca supe que podía tener. Tú no me vas a hacer sentir que tengo que ganarme tu atención o tu respeto. No vas a necesitar que te explique por qué algo me duele, porque simplemente vas a saberlo, porque entenderás cuándo escuchar, cuándo ofrecer tu apoyo y cuando simplemente estar, sin que yo tenga que pedírtelo. Me vas a enseñar que no pedía demasiado, que lo que busco no es algo fuera de lo común, sino algo natural, algo que no se debe forzar ni rogar. Serás la persona que no vea mis emociones como un obstáculo, sino como una parte esencial de lo que soy. No necesitaré ajustarme, no tendré que esconderme ni hacerme más pequeña para que encaje en tu mundo, porque en el tuyo, ser yo será más que suficiente.

Vas a escucharme porque quieres hacerlo, porque genuinamente te interesa, porque te nacerá estar ahí en mis días buenos y en los malos. No te asustarán mis emociones, mi intensidad no será un problema para ti, será algo que apreciarás porque es parte de lo que soy. Tú no vas a compararme con nadie, ni a tratar de moldearme para encajar en una idea tuya. Vas a querer conocerme como soy, con todas mis versiones, con mis luces y mis sombras.

Y conocerte será lo más fácil del mundo, no porque todo será perfecto, sino porque contigo no habrá necesidad de forzar nada. Lo que tendremos no será complicado. No será un esfuerzo. Será como si todo fluyera sin que tuviéramos que forzarlo. No necesitarás convencerme de que mereces estar en mi vida, porque tus acciones lo dirán por sí mismas. Serás esa persona que hace las cosas bien, no para demostrar algo, sino porque te nace, porque quieres que todo fluya entre nosotros de la forma más honesta y pura posible, porque fallarme a mí sería fallarte a ti mismo. Contigo, la confianza será algo natural, como una conversación que nunca se detiene. Contigo, las pequeñas cosas serán las que más importen, las más grandes: un mensaje de buenos días, una llamada inesperada cuando el día haya estado pesado, un abrazo cuando menos lo espere, una sonrisa que diga todo lo que las palabras no pueden expresar, la forma en que escucharás mis historias sin juzgar y con un interés genuino, porque realmente te importan, no porque tienes que hacerlo, como si cada palabra que salga de mi boca fuera un tesoro. Me mirarás como si estuviera hecha de algo bonito y frágil, pero también fuerte y único. Y, por primera vez, no sentiré que tengo que luchar por tu atención o por tu amor. Contigo, no habrá dudas ni inseguridades. Habrá solo la certeza de que lo que tenemos es real, de que lo que habíamos estado buscando por tanto tiempo, siempre estuvo ahí, en nosotros.

Y me harás sentir segura, libre de ser quien soy, sin la necesidad de esconder nada, porque me verás con esa mirada que dice “estás bien, tal como eres”. Con tus acciones, me demostrarás que lo que deseaba no era irreal. Ese amor genuino, que no pide explicaciones ni justificaciones, que no pide nada más que ser vivido, estará ahí, a tu lado. Y harás todo de manera natural, como si te naciera cuidar de mí. Vas a ver mis emociones no como algo que me hace difícil de amar, sino como una parte integral de lo que soy, de lo que quiero llegar a ser. Y me vas a dar espacio para ser yo misma, para brillar, sin que sienta que tengo que pedir permiso para existir en toda mi totalidad. 

No vas a necesitar que te explique mis miedos, mis inseguridades, porque sabrás que son solo partes de mi viaje, y estarás allí para caminar a mi lado. A veces, cuando hables, sentiré como si ya me conocieras desde siempre. Entenderás cuando no tenga ganas de hablar, cuando mis pensamientos se enreden o cuando me pierda en mi mundo. No necesitarás entenderlo todo, solo estar ahí, escuchándome, y eso será más que suficiente. No tendrás miedo de mis días grises, ni de mis silencios, porque sabrás que ahí también soy yo, y me aceptarás con todo lo que soy.  No me vas a pedir que sea menos, porque sabrás que lo que soy es suficiente. Y sé que no vas a anclarme, no vas a tratar de retenerme en un lugar donde no soy yo, en donde no me siento plena. Tú vas a levantarme, vas a empoderarme para que pueda ser aún más de lo que ya soy, más fuerte, más feliz, más segura, más tranquila, más libre. Y lo más importante: me harás recordar que soy suficiente, que no necesito cambiar para merecer ser valorada.

Y puede que vivas lejos o que las circunstancias tal vez no sean las ideales. Pero nada de eso va a ser relevante, porque las cosas contigo van a fluir de una forma que nunca antes había conocido. No va a importar nada, porque con tu presencia, todo encajará.  No habrá dudas, no habrá juegos, solo nosotros, sin complicaciones. No nos afectará la distancia, ni las diferencias, porque para nosotros, estar juntos no será cuestión de lugares, sino de querer trascender.

Y cuando llegues, me mirarás con la misma intensidad con la que miro yo a la vida. Y sé que seremos dos personas que se entienden, que no necesitan forzar nada, que solo necesitan ser, ser nosotros, juntos. Porque contigo todo se sentirá como estar en casa, como un lugar donde puedo ser libre, donde puedo ser yo misma sin temor a perderme. Contigo, no tendré que pedirte nada. Tú ya sabrás lo que me hace sentir bien, sabrás cómo cuidarme sin que tenga que decirlo. Y cuando me digas que me ves, que me entiendes, me daré cuenta de que nunca tuve que pedir tanto. No era que mis expectativas fueran altas, era que estaban hechas para alguien como tú, alguien que simplemente sabe cómo hacer las cosas bien porque lo hace desde el corazón. Con nadie más habré sentido eso, esa paz de saber que lo que estoy viviendo no es un esfuerzo, sino algo que fluye sin tener que forzarlo.

Y sí, aunque la vida nos haya llevado por caminos diferentes, no me arrepentiré de nada. Cuando te mire, sabré que todo habrá encontrado su lugar. Entenderé que todo lo que viví me trajo hasta ahí, hasta ese momento, hasta ti. Cuando llegues, todo tendrá sentido. Me harás ver que no estaba equivocada al soñar con alguien así, que todo lo que deseaba existía, solo estaba esperando a encontrarte. Y ahí, a tu lado, las expectativas desaparecerán. 

Es cierto que no soy ni seré perfecta, y tú tampoco, pero no necesitaremos serlo. Juntos encontraremos la perfección de estar en el mismo lugar, en el mismo tiempo, con la certeza de que no tenemos que pedir nada más. Y tampoco necesitaremos siempre entenderlo todo, porque lo que tendremos será real, será nuestro. Lo único que necesitaremos es ser, estar, y saber que no buscaremos nada más ahí fuera, porque no existirá nada que le pueda ganar a lo que estaremos construyendo, juntos. Con nuestra presencia, todo lo demás dejará de ser tan importante, porque ahí, entre tú y yo, seremos suficiente. 

Y, por fin, entenderé por qué tuve que pasar por todo lo anterior, por qué tropecé tantas veces con las mismas piedras, por qué tuve que aprender a quererme primero, a estar sola. Porque estar contigo no será una batalla, sino un descanso. Sabré que no hace falta forzar nada, porque lo nuestro será natural, como encontrar el lugar donde siempre quise estar: a tu lado, siendo yo misma, sin miedos, sin reservas, sin ataduras, sin expectativas absurdas. Y comprenderé que lo mejor está por venir, porque lo que había esperado toda mi vida, lo habré encontrado. Porque cuando te mire, sabré que finalmente llegaste a casa, y yo contigo. 

— m.f. // No pedía demasiado, te pedía a ti

lunes, 20 de enero de 2025

El arte de elegir(me)

Decidir irme fue de las cosas más difíciles que he hecho. Sabía que era lo correcto, sabía que era lo que necesitaba, pero había algo dentro de mí que no dejaba de cuestionarse. ¿Podré hacerlo? ¿Realmente podré con esto yo sola? ¿Qué pasa si me equivoco? Las dudas me acompañaron durante muchas noches, pero algo en mi interior me decía que tenía que hacerlo. No podía quedarme en ese lugar, en esa vida que, aunque bonita, ya no me pertenecía. Así que tomé la decisión, pero no fue sencillo. Había momentos en los que me sentía fuerte, como si todo fuera a salir bien, y otros en los que el miedo me paralizaba. Y me encontré rodeada de incertidumbre, pero al final, sabiendo que era lo correcto. Había llegado el momento de elegirme, de aprender a ser yo - aunque el camino para llegar ahí me aterrara.

Recuerdo el día que cerré la puerta por última vez. No me llevé todas mis cosas de jalón - pero sí dudas, miedos y un vacío enorme en el pecho... Aunque también esa paz que hace mucho tiempo no sentía. Por fin, después de tanto tiempo, estaba tomando una decisión que era completamente por y para mí.

La primera noche en mi nuevo departamento no fue lo que imaginaba. Dormí en el piso, sobre un colchón que aún no tenía base. Definitivamente no estaba cómoda, pero fue una de las noches más felices que he tenido. No había ruido, no había nadie que interfiriera con mi sueño. Solo yo, mis pensamientos y la calma de estar en un espacio que - aunque vacío de muchas cosas - era mío y solo mío. Y no pude evitar sentir como si todo fuera a encajar poco a poco, sin prisas. Por ahora no necesitaba más. Sabía que estaba donde tenía que estar. Y sí, entendí que a veces los comienzos son incómodos, pero esa noche me sentí más tranquila de lo que había estado en mucho tiempo. No sé cómo explicarlo, pero algo en mí sabía que esta era la decisión correcta.

Vivir sola ha sido difícil desde el principio, pero he aprendido a amar cada parte de mi proceso. Después de tantos años compartiendo todo, incluso la tarea más pequeña, ahora me enfrento a cosas que nunca antes había aprendido a hacer - sintiéndome completamente perdida y dependiente de alguien que ya no está... Él siempre resolvía todo. Si algo se descomponía, él lo arreglaba. Si no sabía cómo hacer algo, él lo hacía por mí. Me cuidaba, me protegía - pero también me quitaba la oportunidad de aprender. Nunca me explicó cómo, nunca me enseñó nada. Y aunque entiendo que lo hacía desde el cariño y por querer hacerme la vida más fácil, me hubiera encantado que tuviera la paciencia de darme las herramientas para poder hacerlo por mí misma en lugar de resolverlo todo. 

El primer día que tuve que cargar un garrafón de agua sola, casi lloro. Era algo tan simple, tan cotidiano, pero me hizo sentir tan pequeña. Ahora lo hago fácilmente, pero eso no quita que siga siendo de las cosas que más detesto. Igual que tender la cama. Nunca me gustó. Antes, sabía que él lo haría. Ahora, si no lo hago yo, nadie lo hace. A veces se me olvida pagar el agua y me tardé tres días en entender cómo funcionaba el calentador. Hay otras cosas que me cuestan, como lavar los platos... Generalmente yo cocinaba, y él lavaba. Era una rutina que funcionaba. Ahora, termino de cocinar, y los platos me esperan como un recordatorio de que no hay nadie más. A veces los dejo ahí unas cuantas horas, como si ignorarlos los hiciera desaparecer - a veces me pregunto si no sería más fácil pedir comida para no ensuciar nada. Pero al final, me toca enfrentarlos. Igual que me he enfrentado a todo lo demás.

Hay días más duros que otros. Cuando me enfermo, por ejemplo. Antes, si me sentía mal, había alguien que me cuidaba, que me preguntaba si quería algo, que me preparaba un té o que simplemente estaba ahí. Ahora, si me enfermo, me toca salir sola por mi medicina y prepararme algo aunque no tenga fuerzas. Otra cosa difícil ha sido regresar a un departamento vacío después de un día malo. Es en esos momentos cuando me pega un poco la soledad. Pero incluso entonces, cuando llego y cierro la puerta, sé que este lugar es mío. No hay nadie que lo invada, nadie que me cuestione. Es mi refugio, con mis reglas y mi caos - y todo eso que conforma mi mundo hoy en día.

Hay pequeños recordatorios de todo lo que ha cambiado. Como ese frasco de miel que permanece intacto en la alacena porque no he podido abrirlo. Cada vez que lo veo, me río y me frustro al mismo tiempo. Es tan simbólico de mi vida ahora: pequeños desafíos que me enseñan a ser más paciente, que me recuerdan que estoy aprendiendo a hacer todo por mi cuenta. Y aunque a veces siento que estoy improvisando y que ese frasco cerrado es como tantas cosas que aún no sé hacer, tantas cosas que sigo sin descifrar... Cada día que pasa, me doy cuenta de cuánto he crecido, de cuánto he aprendiendo. Y sé que, con el tiempo, todo se abrirá. Todo se irá acomodando. No tengo ninguna prisa.

La cocina, que antes era un espacio compartido, ahora es solo mía. Pero aún no sé hacer comida para uno. Siempre termino con porciones para dos, como si una parte de mí aún esperara a alguien más. Pero, aunque no he logrado cambiar esa manía, ahora cocino con una intención distinta. Pongo música a todo volumen, de esa que solo me gusta a mí. Y si se me antoja, bailo sola... Me encanta como algo tan sencillo, se ha vuelto tan liberador - en una forma que nunca imaginé.

También he hecho cosas que nunca antes me atreví a hacer. Me corté el pelo como nunca le gustó, pero como siempre quise. Me miro al espejo y veo a alguien completamente diferente, alguien libre, alguien que está aprendiendo a elegir por sí misma, a elegirse cada día. Aprender a estar sola ha sido un proceso lleno de descubrimientos. Me estoy conociendo, entendiendo qué me gusta, qué quiero y quién soy sin la influencia constante de alguien más.

Lo que más me ha emocionado de todo este proceso es crear mi propio espacio como siempre lo soñé. Comprar cada cosa, desde el sillón o mi lavadora, hasta esos detalles pequeños que ni siquiera sabía que quería, pero que reflejan lo que soy. Cada rincón tiene algo de mí, algo que me representa. Mi departamento está lleno de rosa. Y no hay opiniones, críticas, cambios ni negociaciones. Este espacio es un reflejo de quién soy, y por primera vez, siento que vivo en un lugar que realmente es mío. Es mi refugio, mi mundo.

Hay días difíciles, claro. Días en los que dudo de mí misma. Días en los que me canso, en los que quisiera regresar a la comodidad de que alguien más haga las cosas. Pero aún en esos momentos, sé que no cambiaría nada. Estoy segura y tranquila y sé que tomé la decisión correcta. Y aunque a veces me siento sola, aunque hubo momentos en los que me enfermé y no hubo nadie a mi lado para cuidarme, me he dado cuenta de algo importante. Mi espacio, por pequeño que sea, es mío. Y cuando llego ahí después de un día largo, vacío de conversaciones o compañía, no me siento perdida. Siento que este es mi hogar. Y aunque la soledad a veces se me hace pesada, también me he dado cuenta de que es parte de este proceso - proceso que estoy aprendiendo a llevar.

Estoy aprendiendo a conocerme, a abrazar mi soledad y a disfrutarla. Estoy aprendiendo a ser suficiente para mí misma, a ser mi mejor compañía. Y en este proceso, me estoy volviendo más fuerte, más feliz, más ligera, más yo.

Y no es que quiera restarle valor a lo que vivimos o que no esté agradecida por todo lo que aprendí en ese tiempo. Claro que sí. Pero ahora entiendo que ese no era el lugar donde debía quedarme, ni él era la persona con quien quería compartir mi vida para siempre. No fue un error, pero tampoco era lo correcto.

Sé que todo esto es solo el comienzo de algo nuevo. Pero hoy, me siento feliz. Inmensamente feliz. Y no porque todo sea perfecto, sino porque estoy viviendo una vida que construyo día a día desde mi verdad. 

Ahora sé que puedo estar sola, y eso me da una fuerza que nunca supe que tenía. Y tal vez algún día, cercano o lejano, comparta este espacio u otro con alguien más. Pero esta vez, será desde un lugar diferente: desde el amor propio, desde la plenitud, y no desde la necesidad de no estar sola. Porque ahora sé que lo que busco no está fuera de mí. Está dentro. Ahora sé que mi hogar no está en otra persona ni en ningún lugar en específico. Mi hogar soy yo. 



                                                                                     — m.f. // El arte de elegir(me)

miércoles, 15 de enero de 2025

La magia de lo inesperado

No creo en las coincidencias, nunca lo he hecho.

Creo que los caminos se cruzan por alguna razón,

que hay hilos invisibles que nos llevan exactamente

al lugar y a la persona que necesitamos.

Y contigo se siente así.


Creo que nos conocimos cuando no era el momento.

Ambos teníamos que crecer y aprender,

pero el Universo, con su infinita paciencia,

nos dejó reencontrarnos,

ahora quizá un poco más listos.


He aprendido que hay conexiones que llegan sin aviso,

como si el destino hubiera estado planeándolas todo este tiempo.

No sé cómo ni por qué,

y para serte sincera,

por primera vez no me lo pregunto tanto.


Cuando nos conocimos, todo fue tan ligero, 

tan natural, tan puro, tan fácil e inocente.

Como si siempre hubiera estado destinado a ser así.


No sé cómo explicarlo,

pero desde el principio hubo algo

que simplemente hizo click,

sin pensar, sin forzar nada.


No había expectativas 

y creo que eso nos permitió formar 

una amistad genuina,

sin pretensiones.

Y surgió una conexión natural,

desinteresada,

de esas que no necesitan explicaciones.


Sin embargo, no era nuestro momento 

para buscar algo más,

y creo que el Universo sabía que 

ambos teníamos que aprender a ser 

quienes somos ahora,

para vivirnos de verdad.


Y ahora, después de tanto tiempo,

nos hemos reencontrado 

y todo se siente diferente.

Como si esa chispa que alguna vez dejamos pasar

hoy brillara con más fuerza,

con más intensidad.


Me sorprende lo fácil que es pensar en ti y 

sonreírle como tonta al teléfono.

Me encanta leerte y lo mucho que nuestras 

conversaciones llenan mi día.

Me emociona escuchar todo sobre tus sueños,

tus pasiones, tus hobbies, tus miedos,

lo que amabas de niño, dónde te gustaría envejecer

- y cómo cada historia que compartimos nos va acercando.

Quiero seguir conociendo cada rincón de quién eres,

de quién fuiste,

de quién quieres ser.


Por mucho tiempo pensé que el amor 

era una pérdida de tiempo,

un peso o una carga.

Tal vez, en mi miedo,

imaginaba que las relaciones traían consigo

un robo de paz y energía,

una sensación de desbalance.

Pero contigo es diferente: 

por primera vez

me siento tranquila,

ligera, suave.

Sin exigencias ni presiones.

Es nuevo, sí,

pero eso lo hace aún más especial.


Hace tanto que no me sentía así.

Había olvidado lo que era emocionarse por alguien.

Pero contigo no hay solo emoción,

contigo hay calma,

como si todo en mí encontrara su lugar.


Y sí, la distancia está ahí, 

pero no pesa tanto como debería.

A veces cierro los ojos 

y te imagino al otro lado del mundo,

sonriendo cuando ves algo que te recordó a mí

o escuchando una canción  que me dedicarías sin decirlo.

Quiero creer que te pasa lo mismo,

que también te encuentras preguntándote

en tu soledad

cómo hacer esto funcionar,

cómo acortar la distancia,

cómo convertir esta conexión

en algo más que un sueño.


Que, aunque estamos rodeados de incertidumbre,

eso también tiene su magia.

Estoy aprendiendo a soltar el control,

a permitirme fluir y dejar que las cosas 

sean lo que tengan que ser,

a no pensar tanto en el cómo ni en el cuándo,

sino en el ahora.

Porque lo que siento por ti,

aunque aun no tenga todas las respuestas,

se siente tan real,

se siente tan bien.


Pase lo que pase,

estoy agradecida por haberte reencontrado.

Gracias por esto. 

Por ser la sonrisa inesperada en mis días,

por recordarme lo bonito que es emocionarse de verdad

y por darme esperanza.

Por hacerme sentir que aún me queda mucho por descubrir,

por sentir, por vivir.

Hoy, quiero no pensarlo tanto y simplemente disfrutar,

Caminar a tu lado,

aunque sea de lejos,

y ver hasta dónde nos lleva esto.

Porque contigo, 

incluso la incertidumbre se siente como un lugar seguro.


                                                                  — m.f. // La magia de lo inesperado

miércoles, 8 de enero de 2025

Eco de lo que fuimos

Aún recuerdo la primera vez que te vi.

Y cómo olvidar ese momento,

tenías esa forma peculiar de entrar a un lugar

y hacerte notar.


Recuerdo tu mirada,

tu sonrisa,

tu voz,

tu acento tan característico,

y esa risa ruidosa capaz de llenar cualquier espacio.


Desde el inicio, lo supe:

lo nuestro era una conexión diferente.

Y pensando en retrospectiva,

creo que todo el mundo podía verlo…

menos nosotros.


Al poco tiempo,

tu mente me deslumbró,

tu intelecto me fascinó,

tu pasión me envolvió,

tu energía me atrapó.


Éramos fuego contra fuego,

dos almas encendidas,

intensas, apasionadas…

tan parecidas que chocaban.

Y con cada choque,

nos consumíamos,

desgastándonos.


Cada encuentro era una explosión.

Cada despedida,

un abismo.


Nos encontramos y

nos perdimos tantas veces, 

como dos estrellas

que no podían coexistir.


La conexión era innegable,

pero nunca supimos cuidarla.

Desde el principio, 

hicimos las cosas mal.

Y lo que empezó con cimientos frágiles,

terminó derrumbándose bajo el peso de tu mentira.


Ojalá tú hubieras sido más honesto.

Ojalá yo no hubiera puesto tanto peso en lo que éramos.

Ojalá...

hay tantos "ojalás".


Pero al final del día,

no fuimos más que un instante eterno 

que no supo durar.

Y hoy solo queda el eco

de lo que fuimos,

resonando en mi pecho...

como un susurro lejano 

que poco a poco

se apaga.


— m.f. // Eco de lo que fuimos

jueves, 2 de enero de 2025

Comienzos y finales

Siempre he pensado que 

hay algo único,

mágico y electrizante 

en los comienzos,

como si el Universo 

se detuviera 

por un instante,

permitiéndote respirar 

más profundo,

llenando todo de un aire 

diferente,

más fresco,

más lleno de promesas 

invisibles

que solo esperan 

ser descubiertas,

como si todo fuera 

nuevo y lleno 

de posibilidades. 


Es el olor de un libro nuevo,

el sonido de sus páginas al pasar

y cómo te van atrapando 

sus palabras,

como si estuvieras a punto

de entrar a un mundo 

completamente nuevo,

sumergiéndote en 

historias ajenas

que, por un momento, 

se sienten como si 

fueran propias.


Es cuando escuchas 

ese primer pedazo 

de una canción desconocida 

que te hace pensar 

“suena bien, suena bien”. 

Y te encuentras, 

en medio de un bar 

con pésima iluminación, 

buscando desesperadamente 

tu celular para 

poder shazamearla, 

porque parece tan perfecta, 

tan precisa, 

como si hubiera sido 

escrita para ti

y ahora no puedes 

dejarla escapar.


Es esa película 

que finalmente 

te animas a ver,

la que te recomendaron 

una y otra vez.

Y es la penumbra 

de una sala de cine,

en donde vas viendo 

la pantalla cobrar vida,

mientras descubres esa historia 

que alguien te juró 

que te cambiaría 

después de verla

y confirmas que sí,

que es aún mejor 

de lo que pensabas. 


Es el primer partido de temporada

de tu equipo favorito,

el diamante reluciendo bajo el sol,

el olor a pasto recién cortado 

y una cerveza bien fría.

El primer lanzamiento 

que rompe el aire,

ese momento antes de que 

el bate golpee la pelota,

cuando todo parece posible,

y sientes que cada bola podría ser 

la que te haga saltar del asiento.

Es la emoción compartida por la afición 

cuando alguien conecta un home run 

y la convicción de que cada jugada 

es crucial 

y puede marcar 

el camino hacia algo más grande.


Es el primer concierto al que vas 

de tu cantante favorito,

el momento en que su voz 

llena el espacio

y descubres que suena 

mil veces mejor en persona.

Es gritar a todo pulmón 

todas esas canciones 

que cantaste una y otra vez 

durante tanto tiempo,

esas que te arrepentiste 

después de compartir 

con alguien que no

supo valorarlas,

esas que te acompañaron 

durante la madrugada 

mientras tu corazón pesaba 

intentando olvidar

un amor que no pudo ser, 

esas que eran el mejor condimento 

mientras preparabas 

algún antojo en la cocina, 

bailando con la comodidad 

que te da el saber 

que nadie te está viendo, 

o esas dignas de conciertazos 

imperdibles en la regadera, 

aunque fueras 30 minutos tarde ya.

Y no puedes evitar sentir 

una plenitud inmensa, 

como si todo eso 

que habías escuchado antes 

cobrara vida de una forma 

que no podías imaginar.


Es viajar 

a un nuevo destino, 

perderte por 

calles desconocidas 

que te enseñan mucho más

de lo que un mapa 

podría prometerte.

Y encontrarte 

entre idiomas, 

aromas 

y paisajes

inimaginables,

comprobando una vez más 

que el mundo siempre es 

mucho más grande

y más hermoso 

de lo que crees. 


Es ese primer bocado 

de un platillo típico 

en un lugar lejos de casa.

Ese sabor único 

que parece un baile 

de especias 

y texturas

que te hace pensar:

“Esto no se parece 

a nada que haya probado antes,

y me encanta”.


Y es esa noche de fiesta 

que le pone la vara muy alta 

a todas las que vendrán.

Esa en la que vas con tus amigas 

de bar en bar 

y las horas pasan 

demasiado rápido.

Esa que comienza con risas, 

unas copitas de gin, 

uno que otro “¿de dónde son?”

y termina con bailes 

y cantos desincronizados 

a media calle, 

y un amanecer que 

llega inesperado

mientras se suben 

al metro de esa ciudad,

cruzando miradas con 

extraños que inician su día,

mientras ustedes no quieren 

que esa noche acabe nunca.


Es una amistad 

que comienza 

con una plática casual,

pero que conforme avanza, 

te hace descubrir 

un sinfín de similitudes.

Y esa conexión 

que no buscabas,

comienza a sentirse 

como si siempre hubiera estado ahí. 


Es mudarte 

a una ciudad nueva,

repleta de 

calles desconocidas,

el desafío de encontrar 

en este nuevo lugar 

un hogar,

y la emoción de saber 

que cada esquina

guarda algo que 

aún no has descubierto.

Conocer sus lugares 

poco concurridos,

encontrar tu nueva 

cafetería favorita,

y entender que, 

aunque ahora eres “extranjero”,

con el tiempo todo será 

más familiar.


Es la primera noche 

en tu nuevo departamento,

cuando todo se siente ajeno,

pero también 

lleno de posibilidades.

Los espacios vacíos 

que te susurran historias

que aún no has vivido,

y cada rincón que parece 

prometer una nueva aventura,

pero esta vez tuya 

y solo tuya.


Es la emoción 

de un nuevo trabajo,

ese primer día en el que 

el nerviosismo 

se siente en el estómago,

ese en el que te entregan 

un escritorio vacío

pero que inevitablemente 

te llena de preguntas:

¿estaré a la altura? 

¿qué esperarán de mí? 

¿será esto lo que había soñado?

Pero también sientes 

esa chispa de entusiasmo, 

porque algo dentro de ti 

te dice que todo 

está por descubrirse 

y que esto es 

solo el comienzo 

de algo importante.


Es el nerviosismo 

antes de una primera cita,

el cosquilleo en el estómago,

la esperanza que se mezcla 

con la incertidumbre,

y el entusiasmo que se combina 

con la ansiedad,

porque existe la posibilidad de que, 

solo por un instante, 

las piezas encajen perfectamente 

y esto sea el inicio de algo increíble,

pero también puede pasar 

que sea una cita fatal,

de esas que se convierten 

en una anécdota más

para contar a tus amigas

entre risas. 


Es ese primer beso,

torpe tal vez, 

o mágico,

pero que, 

por un instante, 

hace que todo lo demás 

desaparezca,

que el mundo 

se detenga,

como si todo se redujera 

a esa sensación,

a ese momento 

compartido entre tú 

y este otro ser,

dejándote con un cosquilleo 

en la punta de la lengua

y flotando en algo nuevo, 

poderoso e irreal.


Es el primer “te quiero” 

que dices de verdad, 

con voz baja 

y con miedo, 

sin saber si es lo correcto,

pero con el corazón 

en la mano,

como algo genuino, 

algo que no puede ocultarse,

sabiendo que,

pase lo que pase, 

ese momento 

será para siempre.


Y también 

es el primer “te voy a extrañar” 

que te dicen,

y sientes una mezcla 

de cariño y tristeza,

algo que te cala hondo 

y te rompe el alma un poco,

porque en ese momento 

la distancia que vendrá 

comienza a ser real

y no sabes 

cuándo volverás a ver 

a esa persona

que de cierta forma 

marcó tu vida.


Porque ese es el tema, 

los comienzos son 

solo una parte.

También están los finales.

Y aunque 

los tratemos de evitar,

a veces llegan 

sin previo aviso. 


Es cerrar 

la última página 

de ese libro 

que amaste tanto,

ese que te acompañó 

durante semanas,

sabiendo que 

probablemente 

no habrá otro 

igual de increíble

y quedándote 

con la sensación 

de que un pedacito de ti 

se va con él.


O ese final 

de una serie 

que te atrapó 

desde el primer episodio,

obligándote 

a aceptar que 

no habrá 

otra temporada

y a despedirte 

de personajes a los que, 

aunque ficticios,

les agarraste 

un cariño especial.


Es graduarte

y darte cuenta 

de que las caras

que viste a diario 

durante años

se irán 

desdibujando 

con el tiempo,

y aunque 

algunas conexiones 

seguirán,

muchas 

de esas personas 

quedarán

como un capítulo 

cerrado.


Es la distancia 

que se cuela 

entre una amistad

que alguna vez 

fue inseparable.

Cuando sabes 

que el camino 

se ha dividido

y no importa 

cuánto lo intentes,

el tiempo pasa, 

las circunstancias 

cambian

y ya no 

hay vuelta atrás.

Pero la vida sigue 

y solo queda 

agradecer todo 

lo que compartieron

y avanzar.


Es despedirte 

de un lugar 

al que algún día 

llamaste hogar,

ese espacio 

lleno de recuerdos,

donde cada esquina 

guarda momentos 

preciados

pero tan lejanos,

que, al irte,

no puedes evitar 

preguntarte

si esos recuerdos 

eran tuyos 

o de alguien más,

alguien que ya no eres.


Es dejar la ciudad 

donde creciste,

esa que conoces 

como la palma 

de tu mano,

pero que ahora 

se convierte en un lugar 

al que llegas de visita.

Y solo queda 

despedirte de 

los amigos con quienes 

compartiste 

tantos momentos,

de las calles 

donde aprendiste 

a caminar,

y de esa sensación 

de pertenecer plenamente 

a un lugar.


Es el adiós 

a alguien que amas,

cuando la vida decide 

que es momento de soltar.

Esa despedida 

en la que prometen 

mantenerse en contacto,

aunque ambos saben 

que no será así. 

Es ese último beso 

antes de que la puerta se cierre, 

que, aunque sincero,

es también 

el más doloroso 

porque algo dentro de ti 

sabe que todo 

ha terminado

y lo que vivieron juntos 

se quedará atrás. 


Es la pérdida 

de un ser querido,

cuando no existe 

consuelo suficiente 

que llene ese vacío.

Es darte cuenta 

de que ya no habrá 

nuevos recuerdos,

solo los que 

construyeron en vida.

Y si bien, 

los llevarás contigo 

como un tesoro,

no puedes evitar 

sentir que 

su realidad juntos 

se quedará estancada 

en ese lapso de tiempo 

y espacio 

antes de que partiera.


Es la última vez 

que ves a alguien,

sin saber 

que será la última.

Es un abrazo que, 

al principio, 

parece solo uno más,

pero luego,

el tiempo pasa 

y te das cuenta de que 

fue el último.

Y te quieres dar de topes

en la cabeza,

porque de haber sabido,

lo hubieras abrazado 

más fuerte.

Y, es también,

la última vez que 

escuchas su voz,

su risa,

sin saber que 

con el tiempo

 olvidarás cómo sonaba.


Y la verdad es 

que nunca sabes

cuándo vivirás algo 

por última vez.

El último drink 

en una noche que 

no querías que acabara,

La última canción

de tu concierto favorito,

el último home run 

de la temporada.

La última vez 

que caminas por un lugar 

que te era familiar.

El último intento

que termina en fracaso.

La última discusión,

la última reconciliación,

y no saber que lo fue 

hasta tiempo después. 

La última vez 

que haces a alguien 

reírse a carcajadas.

La última llamada 

antes de que la distancia 

se haga eterna.

El último “hasta luego” 

que termina siendo 

más bien

un “adiós”. 


Porque nadie tiene 

asegurado el mañana,

y quizá ahí radique 

la verdadera belleza 

de la vida:

aprender a disfrutar 

cada instante

como si fuera el último,

como si cada día fuera 

un regalo 

que no esperabas.


Y sobre todo,

entender que 

los comienzos 

y los finales 

no son opuestos,

sino parte de lo mismo.

Cada final, 

por más doloroso

que sea,

esconde el inicio 

de algo nuevo.

Y en cada comienzo, 

hay una promesa

de lo desconocido,

de todo lo que aún 

estás por descubrir.


Creo que,

al final del día,

la clave de la vida 

está en mantener 

la capacidad de asombro 

característica de un niño,

que se maravilla 

ante cada primera vez,

y equilibrarlo 

con la gratitud 

de alguien viejo,

que aprecia cada instante 

como si fuera el último,

sabiendo que 

probablemente 

lo sea.


Los finales 

te enseñan

a valorar 

lo que viviste:

una última risa,

un adiós que duele,

o un abrazo 

que quisieras 

que fuera eterno.

Y, aunque asusten,

siempre traen consigo 

la posibilidad

de nuevos caminos 

por recorrer.


La vida no es más que 

un círculo imperfecto,

donde lo único garantizado 

es este ahora.

Las puertas que se cierran,

lo hacen para que 

otras puedan abrirse.


Así que vive, 

ama y asómbrate.

Encuentra eternidad 

en lo efímero,

y aprende a abrazar 

cada comienzo

como una nueva

oportunidad

y cada final 

como un valioso

regalo.

Porque al final, 

lo importante

es seguir adelante,

con el corazón 

lleno de recuerdos 

de esos que 

no te estancan, 

sino que son motor.

Y con la esperanza de que,

en algún lugar del camino,

te espera algo aún más hermoso 

por descubrir.




— m.f. // De comienzos 
y finales

miércoles, 1 de enero de 2025

2024

 Este año,

el más largo,

el más desafiante,

el más transformador,

me cambió para siempre.

Aprendí a caer,

a romperme,

y a reconstruirme con mis propias manos,

trozo a trozo,

hasta sentirme entera otra vez.

Descubrí en mí una fuerza

que nunca pensé que tenía,

una valentía que me permitió soltar

todo aquello que ya no era para mí.


Solté personas, sueños,

y una vida que alguna vez creí que era todo lo que quería.

Tuve que despedirme de un amor

que me sostuvo durante mucho tiempo,

pero que al final

me alejaba de quien quería llegar a ser.

Elegirme a mí

fue lo más difícil,

pero también lo más valiente

que he hecho.

Y aunque dolió,

hoy sé que ese acto de amor propio

me abrió las puertas

a un mundo lleno de posibilidades.


Este año también aprendí algo esencial:

a poner límites.

Entendí que no soy responsable

de las acciones de los demás,

que no puedo controlar lo que hacen

ni cómo eligen actuar.

Pero también entendí

que sí puedo elegir quién entra en mi vida, en mi mundo

y quién no.

Me he vuelto más exigente,

con estándares que tal vez parezcan demasiado altos,

pero está bien.

No soy para todos,

ni todos son para mí,

y eso no solo está bien,

es necesario.

Cuidar mi espacio,

mi energía,

y mi bienestar,

es un acto de amor propio

que no pienso volver a olvidar.


Viví mucho estrés,

días en los que el peso de todo

parecía aplastarme,

días en los que simplemente quería tirar la toalla y algo tan simple como salir de la cama parecía el reto más grande.

Pero también aprendí a soltar.

A dejar ir las situaciones

que estaban fuera de mi control,

a confiar en que el tiempo

y la vida

siempre encuentran su manera.

Dejé de exigirme tanto,

de medir mi valor

por un estándar imposible de alcanzar.

Acepté que mi proceso está bien,

que crecer no es una carrera,

sino un camino que se recorre a mi propio ritmo.


También me di tiempo.

Tiempo para mí.

Para hacer lo que me gusta,

lo que me llena.

Volví a escribir después de años,

y encontré en ello un refugio,

un espacio para escucharme,

para conocerme y abrazarme en cada nueva etapa.

Y eso es justo lo que quiero ahora:

Un espacio para mí misma,

sin prisa,

sin distracciones,

sin limitaciones

sin expectativas ni exigencias ajenas,

para construir algo mío,

por y para mí.

Porque esta soledad no es vacía,

es un regalo,

un lugar donde sigo aprendiendo

a ser mi mejor compañía.


Este año me hicieron daño y yo también lastimé.

Rompí corazones,

y me di cuenta de que

lo único peor que tener el corazón roto

es romper el de alguien más.

Lo hice sin querer,

por no saber hacerlo mejor,

por orgullo,

por miedo,

o simplemente porque también estaba rota.

Me equivoqué muchas veces,

pero ahora entiendo que eso también

es parte del crecimiento personal.

Romper y romperse

es parte del proceso de aprender,

y aunque no puedo cambiar lo que hice,

quiero hacer todo lo posible por ser mejor.

Quiero tomar mejores decisiones,

con las herramientas que la vida

me regala cada día,

con más empatía,

más humildad,

más consciencia

y más amor.


Este año también fue el más divertido. Pasé un sinfín de noches interminables e increíbles.

De esas que al día siguiente te dejan los pies adoloridos pero el corazón contento.

Viajé. Conocí lugares maravillosos, paisajes que ni mi mente podría dibujar.

Reconecté con muchas personas 

y conocí a muchas otras nuevas,

unas que pasaron fugazmente,

algunas que se quedaron un poco más,

otras que ojalá sean para siempre.

Formé nuevas amistades,

creé conexiones profundas,

viví amores breves pero intensos,

y entendí que cada encuentro

tiene un propósito,

que incluso las historias más cortas

pueden enseñarte algo valioso.

Todo lo que llegó a mi vida,

y todo lo que se fue,

me dejó una lección,

un pedacito de sabiduría

que hoy me ayuda a crecer.


Pero ahora quiero algo más.

Quiero buscar mi versión más sana,

mi versión más plena.

Quiero rodearme de lo que suma,

de lo que me llena,

y alejarme de todo aquello

que no me aporta,

de lo que me hace mal,

de lo que me aleja de mí,

de mi centro.

Este año entendí que mi bienestar

es mi responsabilidad,

y que cada decisión que tome, por más pequeña que sea, suma o resta, así que estoy lista para cuidar de mí.


Hoy me siento feliz en mi soledad.

Por primera vez,

me siento completa conmigo misma.

Voy a seguir cuidándome,

nutriendo mi cuerpo,

mi mente,

y mi alma.

Pero eso no significa que esté cerrada a nada. 

Sé que el amor no se busca,

llega cuando tiene que llegar.

Y si llega,

lo recibiré con los brazos abiertos,

no por necesidad,

sino porque estaré lista para elegirlo desde la plenitud,

y no desde la carencia.


Este año me enamoré de la vida.

De las pequeñas cosas:

un atardecer,

un abrazo sincero,

una conversación honesta,

un chiste malo,

un beso lento,

la risa de las personas que amo,

la calma de mi propia compañía.

Me enamoré de lo que soy

y de lo que estoy construyendo.

Aún no soy la persona que quiero ser,

pero estoy orgullosa del camino

que he recorrido.

Abrazo a la que fui,

agradezco todo lo que me enseñó,

celebro y me siento orgullosa de la que soy hoy,

y me siento emocionada por cada paso que doy para convertirme en la que seré mañana.


Cierro este año con gratitud,

con esperanza.

Por cada lágrima y cada risa,

por cada caída y cada nuevo paso.

Le agradezco al Universo

por todo lo que me rompió,

porque me mostró lo que soy capaz de superar.


Y ahora miro hacia adelante,

con el corazón abierto

y los sueños vivos.

Sé que la vida no es perfecta,

pero es hermosa.

Sé que los días difíciles vendrán,

pero también vendrán los días llenos de luz.

Y sé, más que nunca,

que soy capaz de enfrentar lo que sea que venga.


Quiero más años.

Más risas,

más viajes,

más hobbies,

más ambiciones,

más aprendizajes,

más retos,

más errores,

más amor,

más de esta vida que,

con todo lo bueno y lo malo,

sigo eligiendo cada día.


Porque si algo aprendí este año,

es que la vida es un regalo

y yo,

con todo lo que soy

y con todo lo que me falta,

también lo soy.



— m.f. // 2024: el año de soltar 
y volver a mí