Decidir irme fue de las cosas más difíciles que he hecho. Sabía que era lo correcto, sabía que era lo que necesitaba, pero había algo dentro de mí que no dejaba de cuestionarse. ¿Podré hacerlo? ¿Realmente podré con esto yo sola? ¿Qué pasa si me equivoco? Las dudas me acompañaron durante muchas noches, pero algo en mi interior me decía que tenía que hacerlo. No podía quedarme en ese lugar, en esa vida que, aunque bonita, ya no me pertenecía. Así que tomé la decisión, pero no fue sencillo. Había momentos en los que me sentía fuerte, como si todo fuera a salir bien, y otros en los que el miedo me paralizaba. Y me encontré rodeada de incertidumbre, pero al final, sabiendo que era lo correcto. Había llegado el momento de elegirme, de aprender a ser yo - aunque el camino para llegar ahí me aterrara.
Recuerdo el día que cerré la puerta por última vez. No me llevé todas mis cosas de jalón - pero sí dudas, miedos y un vacío enorme en el pecho... Aunque también esa paz que hace mucho tiempo no sentía. Por fin, después de tanto tiempo, estaba tomando una decisión que era completamente por y para mí.
La primera noche en mi nuevo departamento no fue lo que imaginaba. Dormí en el piso, sobre un colchón que aún no tenía base. Definitivamente no estaba cómoda, pero fue una de las noches más felices que he tenido. No había ruido, no había nadie que interfiriera con mi sueño. Solo yo, mis pensamientos y la calma de estar en un espacio que - aunque vacío de muchas cosas - era mío y solo mío. Y no pude evitar sentir como si todo fuera a encajar poco a poco, sin prisas. Por ahora no necesitaba más. Sabía que estaba donde tenía que estar. Y sí, entendí que a veces los comienzos son incómodos, pero esa noche me sentí más tranquila de lo que había estado en mucho tiempo. No sé cómo explicarlo, pero algo en mí sabía que esta era la decisión correcta.
Vivir sola ha sido difícil desde el principio, pero he aprendido a amar cada parte de mi proceso. Después de tantos años compartiendo todo, incluso la tarea más pequeña, ahora me enfrento a cosas que nunca antes había aprendido a hacer - sintiéndome completamente perdida y dependiente de alguien que ya no está... Él siempre resolvía todo. Si algo se descomponía, él lo arreglaba. Si no sabía cómo hacer algo, él lo hacía por mí. Me cuidaba, me protegía - pero también me quitaba la oportunidad de aprender. Nunca me explicó cómo, nunca me enseñó nada. Y aunque entiendo que lo hacía desde el cariño y por querer hacerme la vida más fácil, me hubiera encantado que tuviera la paciencia de darme las herramientas para poder hacerlo por mí misma en lugar de resolverlo todo.
El primer día que tuve que cargar un garrafón de agua sola, casi lloro. Era algo tan simple, tan cotidiano, pero me hizo sentir tan pequeña. Ahora lo hago fácilmente, pero eso no quita que siga siendo de las cosas que más detesto. Igual que tender la cama. Nunca me gustó. Antes, sabía que él lo haría. Ahora, si no lo hago yo, nadie lo hace. A veces se me olvida pagar el agua y me tardé tres días en entender cómo funcionaba el calentador. Hay otras cosas que me cuestan, como lavar los platos... Generalmente yo cocinaba, y él lavaba. Era una rutina que funcionaba. Ahora, termino de cocinar, y los platos me esperan como un recordatorio de que no hay nadie más. A veces los dejo ahí unas cuantas horas, como si ignorarlos los hiciera desaparecer - a veces me pregunto si no sería más fácil pedir comida para no ensuciar nada. Pero al final, me toca enfrentarlos. Igual que me he enfrentado a todo lo demás.
Hay días más duros que otros. Cuando me enfermo, por ejemplo. Antes, si me sentía mal, había alguien que me cuidaba, que me preguntaba si quería algo, que me preparaba un té o que simplemente estaba ahí. Ahora, si me enfermo, me toca salir sola por mi medicina y prepararme algo aunque no tenga fuerzas. Otra cosa difícil ha sido regresar a un departamento vacío después de un día malo. Es en esos momentos cuando me pega un poco la soledad. Pero incluso entonces, cuando llego y cierro la puerta, sé que este lugar es mío. No hay nadie que lo invada, nadie que me cuestione. Es mi refugio, con mis reglas y mi caos - y todo eso que conforma mi mundo hoy en día.
Hay pequeños recordatorios de todo lo que ha cambiado. Como ese frasco de miel que permanece intacto en la alacena porque no he podido abrirlo. Cada vez que lo veo, me río y me frustro al mismo tiempo. Es tan simbólico de mi vida ahora: pequeños desafíos que me enseñan a ser más paciente, que me recuerdan que estoy aprendiendo a hacer todo por mi cuenta. Y aunque a veces siento que estoy improvisando y que ese frasco cerrado es como tantas cosas que aún no sé hacer, tantas cosas que sigo sin descifrar... Cada día que pasa, me doy cuenta de cuánto he crecido, de cuánto he aprendiendo. Y sé que, con el tiempo, todo se abrirá. Todo se irá acomodando. No tengo ninguna prisa.
La cocina, que antes era un espacio compartido, ahora es solo mía. Pero aún no sé hacer comida para uno. Siempre termino con porciones para dos, como si una parte de mí aún esperara a alguien más. Pero, aunque no he logrado cambiar esa manía, ahora cocino con una intención distinta. Pongo música a todo volumen, de esa que solo me gusta a mí. Y si se me antoja, bailo sola... Me encanta como algo tan sencillo, se ha vuelto tan liberador - en una forma que nunca imaginé.
También he hecho cosas que nunca antes me atreví a hacer. Me corté el pelo como nunca le gustó, pero como siempre quise. Me miro al espejo y veo a alguien completamente diferente, alguien libre, alguien que está aprendiendo a elegir por sí misma, a elegirse cada día. Aprender a estar sola ha sido un proceso lleno de descubrimientos. Me estoy conociendo, entendiendo qué me gusta, qué quiero y quién soy sin la influencia constante de alguien más.
Lo que más me ha emocionado de todo este proceso es crear mi propio espacio como siempre lo soñé. Comprar cada cosa, desde el sillón o mi lavadora, hasta esos detalles pequeños que ni siquiera sabía que quería, pero que reflejan lo que soy. Cada rincón tiene algo de mí, algo que me representa. Mi departamento está lleno de rosa. Y no hay opiniones, críticas, cambios ni negociaciones. Este espacio es un reflejo de quién soy, y por primera vez, siento que vivo en un lugar que realmente es mío. Es mi refugio, mi mundo.
Hay días difíciles, claro. Días en los que dudo de mí misma. Días en los que me canso, en los que quisiera regresar a la comodidad de que alguien más haga las cosas. Pero aún en esos momentos, sé que no cambiaría nada. Estoy segura y tranquila y sé que tomé la decisión correcta. Y aunque a veces me siento sola, aunque hubo momentos en los que me enfermé y no hubo nadie a mi lado para cuidarme, me he dado cuenta de algo importante. Mi espacio, por pequeño que sea, es mío. Y cuando llego ahí después de un día largo, vacío de conversaciones o compañía, no me siento perdida. Siento que este es mi hogar. Y aunque la soledad a veces se me hace pesada, también me he dado cuenta de que es parte de este proceso - proceso que estoy aprendiendo a llevar.
Estoy aprendiendo a conocerme, a abrazar mi soledad y a disfrutarla. Estoy aprendiendo a ser suficiente para mí misma, a ser mi mejor compañía. Y en este proceso, me estoy volviendo más fuerte, más feliz, más ligera, más yo.
Y no es que quiera restarle valor a lo que vivimos o que no esté agradecida por todo lo que aprendí en ese tiempo. Claro que sí. Pero ahora entiendo que ese no era el lugar donde debía quedarme, ni él era la persona con quien quería compartir mi vida para siempre. No fue un error, pero tampoco era lo correcto.
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