Este año,
el más largo,
el más desafiante,
el más transformador,
me cambió para siempre.
Aprendí a caer,
a romperme,
y a reconstruirme con mis propias manos,
trozo a trozo,
hasta sentirme entera otra vez.
Descubrí en mí una fuerza
que nunca pensé que tenía,
una valentía que me permitió soltar
todo aquello que ya no era para mí.
Solté personas, sueños,
y una vida que alguna vez creí que era todo lo que quería.
Tuve que despedirme de un amor
que me sostuvo durante mucho tiempo,
pero que al final
me alejaba de quien quería llegar a ser.
Elegirme a mí
fue lo más difícil,
pero también lo más valiente
que he hecho.
Y aunque dolió,
hoy sé que ese acto de amor propio
me abrió las puertas
a un mundo lleno de posibilidades.
Este año también aprendí algo esencial:
a poner límites.
Entendí que no soy responsable
de las acciones de los demás,
que no puedo controlar lo que hacen
ni cómo eligen actuar.
Pero también entendí
que sí puedo elegir quién entra en mi vida, en mi mundo
y quién no.
Me he vuelto más exigente,
con estándares que tal vez parezcan demasiado altos,
pero está bien.
No soy para todos,
ni todos son para mí,
y eso no solo está bien,
es necesario.
Cuidar mi espacio,
mi energía,
y mi bienestar,
es un acto de amor propio
que no pienso volver a olvidar.
Viví mucho estrés,
días en los que el peso de todo
parecía aplastarme,
días en los que simplemente quería tirar la toalla y algo tan simple como salir de la cama parecía el reto más grande.
Pero también aprendí a soltar.
A dejar ir las situaciones
que estaban fuera de mi control,
a confiar en que el tiempo
y la vida
siempre encuentran su manera.
Dejé de exigirme tanto,
de medir mi valor
por un estándar imposible de alcanzar.
Acepté que mi proceso está bien,
que crecer no es una carrera,
sino un camino que se recorre a mi propio ritmo.
También me di tiempo.
Tiempo para mí.
Para hacer lo que me gusta,
lo que me llena.
Volví a escribir después de años,
y encontré en ello un refugio,
un espacio para escucharme,
para conocerme y abrazarme en cada nueva etapa.
Y eso es justo lo que quiero ahora:
Un espacio para mí misma,
sin prisa,
sin distracciones,
sin limitaciones
sin expectativas ni exigencias ajenas,
para construir algo mío,
por y para mí.
Porque esta soledad no es vacía,
es un regalo,
un lugar donde sigo aprendiendo
a ser mi mejor compañía.
Este año me hicieron daño y yo también lastimé.
Rompí corazones,
y me di cuenta de que
lo único peor que tener el corazón roto
es romper el de alguien más.
Lo hice sin querer,
por no saber hacerlo mejor,
por orgullo,
por miedo,
o simplemente porque también estaba rota.
Me equivoqué muchas veces,
pero ahora entiendo que eso también
es parte del crecimiento personal.
Romper y romperse
es parte del proceso de aprender,
y aunque no puedo cambiar lo que hice,
quiero hacer todo lo posible por ser mejor.
Quiero tomar mejores decisiones,
con las herramientas que la vida
me regala cada día,
con más empatía,
más humildad,
más consciencia
y más amor.
Este año también fue el más divertido. Pasé un sinfín de noches interminables e increíbles.
De esas que al día siguiente te dejan los pies adoloridos pero el corazón contento.
Viajé. Conocí lugares maravillosos, paisajes que ni mi mente podría dibujar.
Reconecté con muchas personas
y conocí a muchas otras nuevas,
unas que pasaron fugazmente,
algunas que se quedaron un poco más,
otras que ojalá sean para siempre.
Formé nuevas amistades,
creé conexiones profundas,
viví amores breves pero intensos,
y entendí que cada encuentro
tiene un propósito,
que incluso las historias más cortas
pueden enseñarte algo valioso.
Todo lo que llegó a mi vida,
y todo lo que se fue,
me dejó una lección,
un pedacito de sabiduría
que hoy me ayuda a crecer.
Pero ahora quiero algo más.
Quiero buscar mi versión más sana,
mi versión más plena.
Quiero rodearme de lo que suma,
de lo que me llena,
y alejarme de todo aquello
que no me aporta,
de lo que me hace mal,
de lo que me aleja de mí,
de mi centro.
Este año entendí que mi bienestar
es mi responsabilidad,
y que cada decisión que tome, por más pequeña que sea, suma o resta, así que estoy lista para cuidar de mí.
Hoy me siento feliz en mi soledad.
Por primera vez,
me siento completa conmigo misma.
Voy a seguir cuidándome,
nutriendo mi cuerpo,
mi mente,
y mi alma.
Pero eso no significa que esté cerrada a nada.
Sé que el amor no se busca,
llega cuando tiene que llegar.
Y si llega,
lo recibiré con los brazos abiertos,
no por necesidad,
sino porque estaré lista para elegirlo desde la plenitud,
y no desde la carencia.
Este año me enamoré de la vida.
De las pequeñas cosas:
un atardecer,
un abrazo sincero,
una conversación honesta,
un chiste malo,
un beso lento,
la risa de las personas que amo,
la calma de mi propia compañía.
Me enamoré de lo que soy
y de lo que estoy construyendo.
Aún no soy la persona que quiero ser,
pero estoy orgullosa del camino
que he recorrido.
Abrazo a la que fui,
agradezco todo lo que me enseñó,
celebro y me siento orgullosa de la que soy hoy,
y me siento emocionada por cada paso que doy para convertirme en la que seré mañana.
Cierro este año con gratitud,
con esperanza.
Por cada lágrima y cada risa,
por cada caída y cada nuevo paso.
Le agradezco al Universo
por todo lo que me rompió,
porque me mostró lo que soy capaz de superar.
Y ahora miro hacia adelante,
con el corazón abierto
y los sueños vivos.
Sé que la vida no es perfecta,
pero es hermosa.
Sé que los días difíciles vendrán,
pero también vendrán los días llenos de luz.
Y sé, más que nunca,
que soy capaz de enfrentar lo que sea que venga.
Quiero más años.
Más risas,
más viajes,
más hobbies,
más ambiciones,
más aprendizajes,
más retos,
más errores,
más amor,
más de esta vida que,
con todo lo bueno y lo malo,
sigo eligiendo cada día.
Porque si algo aprendí este año,
es que la vida es un regalo
y yo,
con todo lo que soy
y con todo lo que me falta,
también lo soy.
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