Y desde luego, seguiré hablando de él. Porque sólo existe uno como él y está justo aquí, junto a mí. Él sabe si me gustará una canción antes de que la escuche y se ríe de mis chistes antes de que los termine de contar. Es muy fácil hacerlo reír y demasiado difícil hacerlo llorar (no me siento orgullosa de haberlo logrado). Le gusta la lluvia porque el ruido que hace al golpear su ventana le hace sentir que no está solo. Está repleto de gestos y de pequeñas manías. Ama el café, casi tanto como el queso. No le gusta el alcohol, pero tiene una fuerte adicción al cigarro. Vive con el horario invertido, sufre de insomnio. Cuenta las mejores historias a las 3 de la madrugada y sus chistes son tan malos que dan risa. Tiene una cicatriz justo arriba de la ceja izquierda de cuando se cayó de pequeño y un lunar en la mano derecha. No le encanta su nariz, pero a mí me parece perfecta. Tiene la sonrisa más hermosa del mundo y nunca usó brackets. Camina pretendiendo ser más alto y para dar un argumento siempre utiliza las manos. Escribe, aunque nunca aprendió a hacerlo y finge saber de libros pero jamás los lee. Su voz es lo mejor que existe, me canta viéndome a los ojos. Es intenso y necio como un niño. Es competitivo y ambicioso como un hombre. Cuando no consigue lo que quiere se frustra, pero sin darse por vencido. Tiene el corazón más noble y bonito que he conocido. Da los mejores consejos, siempre en el momento indicado y con las palabras adecuadas. Con él todo es diferente, desde los besos hasta los silencios. Cuando me acuesto en su pecho y escucho los latidos de su corazón, algo dentro de mí quiere seguir cumpliendo todas las promesas que le he hecho. Tiene la capacidad de hacerme sentir la mujer más amada, poderosa y hermosa del mundo, me da confianza en mí misma. Sólo hay uno como él. Se llama José. Él puso mi realidad de cabeza. Mi mundo era tranquilo, ordenado, equilibrado. Y de repente llegó él con su mirada desafiante, sus comentarios inteligentes, su notoria seguridad... Y todo lo que había antes de él comenzó a parecer superficial, monótono, mediocre. Ya no era nada. Y ni aun queriendo impedirlo, hubiera podido contener lo inevitable: enamorarme de él.
— m.f. // Inevitablemente, él
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