Imagínate esto.
Dentro de dos años,
estás en la fila del banco y de repente escuchas a alguien tararear su canción.
Y recuerdas que ella decía que cantar no era su fuerte,
pero nunca habías escuchado una voz tan bonita,
ronca y dulce a la vez.
Te encantaba que te cantara todas las mañanas;
su sonrisa junto a la tuya,
tus manos en su cintura.
Comienzas a preguntarte qué cantará hoy en día mientras se baña,
qué escuchará antes de irse a dormir.
Te preguntas quién escuchará sus pláticas nocturnas sobre las estrellas,
o quién la llevará a su casa cuando está tan borracha que no puede caminar.
Dentro de dos años,
estás en la fila del banco y de repente escuchas a alguien tararear su canción.
Y recuerdas que ella decía que cantar no era su fuerte,
pero nunca habías escuchado una voz tan bonita,
ronca y dulce a la vez.
Te encantaba que te cantara todas las mañanas;
su sonrisa junto a la tuya,
tus manos en su cintura.
Comienzas a preguntarte qué cantará hoy en día mientras se baña,
qué escuchará antes de irse a dormir.
Te preguntas quién escuchará sus pláticas nocturnas sobre las estrellas,
o quién la llevará a su casa cuando está tan borracha que no puede caminar.
Imagínate esto.
Dentro de diez años,
estás sentado en una casa grande,
con una cerca blanca y un jardín con columpios.
Hace años jurabas que ibas a estar viviendo en una gran ciudad con ella a tu lado,
pero las cosas salieron mal y viste cómo se te escapaban todos esos planes de las manos,
mientras ella se iba de tu vida,
porque nunca encontraste las palabras para pedirle que se quedara.
No eran más que dos niños orgullosos con demasiadas aspiraciones.
Dentro de diez años,
estás sentado en una casa grande,
con una cerca blanca y un jardín con columpios.
Hace años jurabas que ibas a estar viviendo en una gran ciudad con ella a tu lado,
pero las cosas salieron mal y viste cómo se te escapaban todos esos planes de las manos,
mientras ella se iba de tu vida,
porque nunca encontraste las palabras para pedirle que se quedara.
No eran más que dos niños orgullosos con demasiadas aspiraciones.
Ves el amanecer, ves el atardecer y te preguntas si ella estará en algún lugar del otro lado del mundo como se lo proponía.
"Me voy a ir de esta ciudad," decía.
"No importa cómo lo vaya a hacer o a dónde vaya a ir, pero será lejos, lejos de aquí."
"Me voy a ir de esta ciudad," decía.
"No importa cómo lo vaya a hacer o a dónde vaya a ir, pero será lejos, lejos de aquí."
Imagínate esto.
Dentro de veinte años,
encuentras tu primera cana.
Te empieza a dar ese ataque de pánico que todos se ven obligados a tener a los cuarenta,
cierras los ojos y sin pensarlo dos veces,
te la arrancas.
Tu vida está estable por el momento:
tranquila,
simple,
como si por fin lo hubieras entendido todo.
"Estoy envejeciendo" te quejas.
Y en algún lugar de tu mente,
te preguntas si ella estará envejeciendo también.
Te preguntas si se seguirá emocionando como una niña cuando encuentra el libro perfecto,
o si los años la habrán amargado y sus ojos habrán perdido ese brillo que te volvía loco.
Dentro de veinte años,
encuentras tu primera cana.
Te empieza a dar ese ataque de pánico que todos se ven obligados a tener a los cuarenta,
cierras los ojos y sin pensarlo dos veces,
te la arrancas.
Tu vida está estable por el momento:
tranquila,
simple,
como si por fin lo hubieras entendido todo.
"Estoy envejeciendo" te quejas.
Y en algún lugar de tu mente,
te preguntas si ella estará envejeciendo también.
Te preguntas si se seguirá emocionando como una niña cuando encuentra el libro perfecto,
o si los años la habrán amargado y sus ojos habrán perdido ese brillo que te volvía loco.
Imagínate esto.
Dentro de cincuenta años,
tu cabello está todo blanco (si es que todavía tienes).
Tu bastón es el único amigo que te queda y los recuerdos vienen y van dentro de tu cabeza,
como las nubes en el cielo.
La mayoría de los días no puedes ni recordar lo que desayunaste,
y hay veces en las que te duele respirar.
En esos momentos,
cuando te pesa el pecho y tienes que sentarte,
la recuerdas.
Piensas que es cierto que uno nunca olvida a las personas que realmente amó.
No puedes acordarte del clima de ayer,
pero recuerdas perfectamente esa brisa de verano y cómo te quejabas de su cabello en tu cara.
"Me pregunto si es feliz" dices en voz alta,
y la gente a tu alrededor cree que estás divagando sin sentido.
"Espero que haya encontrado lo que buscaba."
Dentro de cincuenta años,
tu cabello está todo blanco (si es que todavía tienes).
Tu bastón es el único amigo que te queda y los recuerdos vienen y van dentro de tu cabeza,
como las nubes en el cielo.
La mayoría de los días no puedes ni recordar lo que desayunaste,
y hay veces en las que te duele respirar.
En esos momentos,
cuando te pesa el pecho y tienes que sentarte,
la recuerdas.
Piensas que es cierto que uno nunca olvida a las personas que realmente amó.
No puedes acordarte del clima de ayer,
pero recuerdas perfectamente esa brisa de verano y cómo te quejabas de su cabello en tu cara.
"Me pregunto si es feliz" dices en voz alta,
y la gente a tu alrededor cree que estás divagando sin sentido.
"Espero que haya encontrado lo que buscaba."
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