Siempre fuiste libre de dejarme
y largarte sin importar
lo que estabas perdiendo.
Pero también eras
libre de quedarte
y seguir luchando
por mí cada día,
por nosotros.
Eras libre de besarme
hasta hincharme los labios.
Pero también eras libre
de besar otras bocas
y no regresar nunca más.
Eras libre de conocer
cada uno de mis defectos
y llegar a enamorarte de ellos.
Pero también eras libre
de buscar ser feliz en algún
otro lugar lejos de mis errores.
Eras libre de acomodarme
un mechón de cabello
mientras yo te cantaba
en algún bar.
Pero también eras libre
de irte tomado de la mano
de la primera persona
que te hiciera segunda.
Eras libre de sentarte
a escuchar cada una
de mis anécdotas.
Pero también eras
libre de ignorarlas
al no soportar que hubiera
una historia antes de ti.
Eras libre de escribirme a
cualquier hora,
de buscar
cualquier pretexto
y preguntarme
cualquier cosa.
Pero también eras
libre de mandarles
te extraños,
te quieros
y te deseos
a otras personas.
Eras libre de contarme
lo que no te dejaba dormir
durante la noche
o quedarte conmigo
sin dormir toda la noche.
Pero también eras libre
de aislarte,
de callarte
y guardarte
todo eso que sentías.
Eras libre de borrarme
de la faz de la tierra,
de seguir con tu vida
como si yo no existiera
y olvidarte de mí.
Después de todo,
siempre fuiste libre
de hacer lo que se te
diera la regalada gana.
La gente suele creer que
la libertad es poder irse.
Pero permanecer
también es una elección.
Y por supuesto que siempre
fuiste libre de dejarme.
Pero también
eras libre de quedarte,
aunque siguieras pensando
que sería mucho más fácil
largarte para siempre
mientras te levantabas
por la mañana
y me dabas un beso
apresurado y de salida.
Y es que,
tú siempre creíste
que la libertad era no estar.
Y yo sigo creyendo
que la libertad es elegir
a qué nos encadenamos.
— m.f. // Libertad