A veces le llegaban unas ganas incontrolables de huir,
de dejarlo todo detrás.
Tal vez era simplemente el querer
borrarlo todo,
eliminar cada huella de su pasado,
cada error.
Y es que a veces creía
que el destino se había equivocado
al ponerla ahí,
que probablemente le tocaba vivir
en otra ciudad,
en otra época,
en otro universo.
Solía sentir que no pertenecía
a ningún lugar
y a ninguna persona,
nunca había sido buena
para los compromisos
y las rutinas le pesaban
como nadie podía imaginar.
No quería a nada,
ni a nadie,
pensaba que el amor era sólo un mito
que echaba raíces,
las cuales terminaban por amarrarla
o por ahogarla.
Lo único que quería era irse lejos,
donde las calles no tuvieran nombre
y a las casas les faltaran números,
donde nadie reconociera su rostro,
y nadie recordara su aroma.
Fantaseaba con empezar desde cero,
con otro nombre,
con otra historia,
con la esperanza que nunca tuvo.
Estaba cansada de leer libros
que hablaban de un mundo
en el que ya no creía,
cansada de escribir cartas
que nunca sabía cómo terminar,
cansada de vivir entre recuerdos
y remordimientos.
Alguna vez leyó en uno de esos libros
que los recuerdos eran peores que las balas,
y desde entonces no podía dejar de pensar
en lo cierto que era eso.
A veces le llegaban unas ganas incontrolables de huir,
de dejarlo todo detrás.
Hasta el día que lo conoció.
Era una tarde nublada,
como todas sus tardes.
Observa las diferentes tonalidades de gris en el cielo
y mientras fantaseaba con irse lejos de ahí,
una dulce voz interrumpió sus pensamientos
-¿Estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo?-
No existía egoísmo alguno
en la mirada de aquel desconocido
y el brillo en sus ojos fue capaz
de encender partes en su interior
que desde hace mucho daba por extintas.
Ya han pasado tres años
desde esa tarde de invierno.
Ahora su felicidad se ve reflejada en sus ojos,
y el eco de su risa le toca el corazón.
Todos sus miedos le temen,
porque cuando él sonríe,
desaparecen.
La forma en la que pronuncia su nombre
la hace sentirse estúpida
por haberlo querido olvidar
en algún momento.
Se siente plena.
Pero todavía tiene días malos,
días en los que prefiere no hablar con nadie,
días en los que otra vez le gustaría desaparecer.
Cuando siente que ya no puede más
y que el mundo le pesa demasiado,
voltea y lo ve ahí sentado junto a ella,
sosteniendo su mano
con infinita delicadeza.
Y de repente,
todo a su alrededor
se siente mucho más ligero.
Es entonces cuando se da cuenta
que el destino no pudo haberse equivocado,
porque de entre tantas personas
y de entre tantos lugares,
la puso ahí,
existiendo junto a él.
Y en ese momento
agradece haberse sentido perdida,
porque si no hubiera sido así,
él nunca la hubiera encontrado.
— m.f. // Fragmento de un libro que tal vez escriba #7
// Perdida
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