domingo, 1 de mayo de 2016

Perdida

A veces le llegaban unas ganas incontrolables de huir, 
de dejarlo todo detrás. 
Tal vez era simplemente el querer 
borrarlo todo, 
eliminar cada huella de su pasado, 
cada error. 
Y es que a veces creía 
que el destino se había equivocado 
al ponerla ahí, 
que probablemente le tocaba vivir 
en otra ciudad, 
en otra época, 
en otro universo. 
Solía sentir que no pertenecía 
a ningún lugar 
y a ninguna persona, 
nunca había sido buena 
para los compromisos 
y las rutinas le pesaban 
como nadie podía imaginar. 
No quería a nada, 
ni a nadie, 
pensaba que el amor era sólo un mito 
que echaba raíces, 
las cuales terminaban por amarrarla 
o por ahogarla. 
Lo único que quería era irse lejos, 
donde las calles no tuvieran nombre 
y a las casas les faltaran números, 
donde nadie reconociera su rostro, 
y nadie recordara su aroma. 
Fantaseaba con empezar desde cero, 
con otro nombre, 
con otra historia, 
con la esperanza que nunca tuvo. 
Estaba cansada de leer libros 
que hablaban de un mundo 
en el que ya no creía, 
cansada de escribir cartas 
que nunca sabía cómo terminar, 
cansada de vivir entre recuerdos 
y remordimientos. 
Alguna vez leyó en uno de esos libros 
que los recuerdos eran peores que las balas, 
y desde entonces no podía dejar de pensar 
en lo cierto que era eso. 
A veces le llegaban unas ganas incontrolables de huir, 
de dejarlo todo detrás. 
Hasta el día que lo conoció. 
Era una tarde nublada, 
como todas sus tardes. 
Observa las diferentes tonalidades de gris en el cielo 
y mientras fantaseaba con irse lejos de ahí, 
una dulce voz interrumpió sus pensamientos 
-¿Estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo?- 
No existía egoísmo alguno 
en la mirada de aquel desconocido 
y el brillo en sus ojos fue capaz 
de encender partes en su interior 
que desde hace mucho daba por extintas. 
Ya han pasado tres años 
desde esa tarde de invierno. 
Ahora su felicidad se ve reflejada en sus ojos, 
y el eco de su risa le toca el corazón. 
Todos sus miedos le temen, 
porque cuando él sonríe, 
desaparecen. 
La forma en la que pronuncia su nombre 
la hace sentirse estúpida 
por haberlo querido olvidar 
en algún momento. 
Se siente plena. 
Pero todavía tiene días malos, 
días en los que prefiere no hablar con nadie, 
días en los que otra vez le gustaría desaparecer. 
Cuando siente que ya no puede más 
y que el mundo le pesa demasiado, 
voltea y lo ve ahí sentado junto a ella, 
sosteniendo su mano 
con infinita delicadeza. 
Y de repente, 
todo a su alrededor 
se siente mucho más ligero. 
Es entonces cuando se da cuenta 
que el destino no pudo haberse equivocado, 
porque de entre tantas personas 
y de entre tantos lugares, 
la puso ahí, 
existiendo junto a él. 
Y en ese momento 
agradece haberse sentido perdida, 
porque si no hubiera sido así, 
él nunca la hubiera encontrado. 

— m.f. // Fragmento de un libro que tal vez escriba #7 
// Perdida

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