Me enamoré.
Me enamoré de él.
Me enamoré de su sonrisa, porque no me importaba nada si él estaba sonriendo.
Me enamoré de su boca, de cada palabra que salía de ella.
Me enamoré incluso de cómo se enojaba, de cómo fruncía el ceño esperando a que lo abrazara para no soltarlo.
Me enamoré perdidamente.
Me enamoré de sus ojos, ¿y qué importa si no eran de un color especial?
Me enamoré de sus momentos de intensidad.
Me enamoré de cómo cantaba cuando estaba feliz, a veces bajito, para que no lo escuchara.
Me enamoré de cómo me tomaba entre sus brazos con fuerza, porque decía que tenía miedo de perderme.
Me enamoré de cómo me apretaba, porque sólo yo sabía que era entonces cuando tenía que quererlo más que nunca.
Me enamoré de lo listo que era y de lo tonto que se hacía cuando le convenía.
Me enamoré de cómo me molestaba, porque era así como demostraba su amor, y eso sólo lo sabía yo.
Me enamoré de sus abrazos y de cómo me hacían sentir tan segura.
Me enamoré de cómo le tenía que subir al volumen porque no le gustaban los números impar.
Me enamoré de su manía de bajar la ventana aunque estuviera helando afuera.
De eso me enamoré, de lo bueno y de lo malo.
Me enamoré de sus ganas de estar conmigo, pero también de su orgullo, porque cuando creía que de verdad iba a perderme, se lo tragaba.
Qué inocente, si era yo la que lo perdía todo sin él.
Me enamoré de cada parte de su ser.
Me enamoré de cómo me tomaba de la cintura y jugaba a estar a dos centímetros de mi boca sin besarme, sólo para ver quién aguantaba más sin hacerlo.
Me enamoré de cómo se mordía las uñas cuando estaba nervioso.
Me enamoré de cómo fumaba afuera de mi casa, sólo para que me quedara cinco minutos más con él.
Me enamoré de sus prisas y de sus ganas de tener todo siempre bajo control.
Me enamoré de la voz que ponía cuando hablaba de las cosas que le gustaban, como si de repente volviera a tener cinco años.
Me enamoré de su optimismo y de sus sueños.
Me enamoré de cómo temblaba y de cómo era capaz de calmarme.
Me enamoré como nunca antes me había enamorado.
Me enamoré de su risa, de cada tipo de risa.
Me enamoré de cómo me quería tener cerca a cada momento, y unos cuantos metros le parecían demasiado.
Me enamoré de cómo trataba a mi familia como si fuera la suya.
Me enamoré de todas las veces que estuvo ahí cuando sentía que no tenía a nadie.
Me enamoré de lo fácil que se le hacía decirme un "Te amo"
Me enamoré de cómo se gastaba una fortuna en las máquinaa para sacarme justo el peluche que yo quería.
Me enamoré de cómo era conmigo y de la persona que yo era con él.
Me enamoré de cómo hacía lo mismo que todo el mundo y a la vez conseguía ser diferente.
Me enamoré de su forma de quererme.
Me enamoré de cómo creía que no me daba cuenta cuando me miraba detenidamente.
Me enamoré de cada una de sus expresiones y de sus lunares.
Me enamoré de cómo se dejaba la barba.
Me enamoré de sus más y de sus menos.
Me enamoré de sus idas y venidas.
Me enamoré de cómo me llamaba sólo porque extrañaba mi voz.
Me enamoré de su mal humor y de cómo detestaba mi sarcasmo.
Me enamoré de los mensajes en los que decía que me extrañaba.
Me enamoré de todas las conversaciones, incluso de las que se borraron.
Me enamoré de sus intentos de ponerme celosa y de lo celoso que se ponía cuando me veía con otro.
Nunca le entró en la cabeza que él era el único para mis ojos.
Me enamoré de todas las canciones que lo escuchaba cantar.
Me enamoré de su voz y de su olor, que siempre me recuerda a él.
Me enamoré de su forma de ser con los demás.
Me enamoré de cómo le daba por recordarme todo lo que sentía por mí, así, de la nada.
Me enamoré de cómo me imitaba con voz ridícula.
Me enamoré de todos nuestros cursis apodos.
Me enamoré de su nombre escrito en mis cuadernos.
Me enamoré de la cara que ponía cuando me metía con él y de cómo le daba el triple de importancia sólo para que le pidiera perdón.
Me enamoré de su instinto de cuidarme.
Me enamoré de nuestros mil momentos.
Y es que de enamorar me enamoré hasta de las ojeras que le aparecían cuando nos quedábamos hablando toda la noche.
Me enamoré de su cabello despeinado cuando acababa de despertarse.
Me enamoré de cómo quería que lo abrazara cuando salía de un partido y de cómo lo hacía sin pensarlo dos veces.
Me enamoré de cómo susurraba cuando hablábamos por teléfono en la noche y no quería despertar a nadie en su casa.
Me enamoré de cómo me hablaba con una infinita ternura.
Me enamoré de cómo me presentaba con todas las personas que conocía.
Me enamoré de cómo tenía que correr cada vez que llegaba tarde a mi casa por su culpa.
Me enamoré de sus besos, aunque siempre quisiera más.
— m.f. // Él era la pieza perfecta de mi rompecabezas