Es tardarme en contestar cuando alguien me pregunta cuánto tiempo llevamos juntos, y es que, francamente no siento la necesidad de contarlo, pues sé que el tiempo que he pasado a tu lado (poco o mucho) me ha marcado más que los 18 inviernos que he vivido.
Es verte y sentir lo mismo que sentí la primera vez que te vi estacionado afuera de mi casa, esa incertidumbre de no saber qué va a pasar después, porque a pesar de conocernos de pies a cabeza, nunca terminas de sorprenderme.
Es mirarte y enamorarme cada vez más de tus facciones, contemplar la perfecta alineación de tus pestañas y ese lunar que parece desvanecerse en el borde de tu barba, es encontrar cada día una nueva característica y descifrar todas y cada una de tus expresiones.
Es sentirte con las puntas de los dedos y experimentar ese cosquilleo que me llega a todo el cuerpo, es querer tenerte cerca a cada momento y recordar esa primera vez en que tu mano, temblorosa, rozó mi mejilla, casi por accidente.
Es poder ser yo misma cuando estoy contigo y aprender a abrazar cada parte de mi ser, porque el amor que siento por ti se ve reflejado en mi persona y en todo lo que me rodea, porque al llegar a mi vida iluminaste lugares en mi interior que ni siquiera sabía que existían.
Es oírte reír y sentir en cada hueso y en cada átomo dentro de mí que eres la mejor decisión que he tomado, es saber que lo que pasa en mi interior cuando nuestras miradas se cruzan no es, ni podría ser nunca un error, porque los errores no te hacen sonreír de esta manera.
— m.f. // ¿Cómo sabes que es real?