Hace varios años tropezó con ella,
y aún sigue cayendo.
La conoció un día cualquiera,
pero desde entonces
ya ningún día fue uno más.
Caminaba hacia él cuando
comenzó a creer en los milagros,
y su mirada era tan larga
que le llegó al corazón.
Se dieron cuenta que
a los dos les brillaban
los ojos al mismo tiempo,
y empezaron a buscarle
un nombre al momento.
"No creo en las casualidades," –dijeron a la vez−.
Lo que sentían el uno por el otro
era algo más,
era algo superior a su persona.
Ella era bella hasta los domingos,
y él solía cantarle todo el tiempo.
Ella amaba sacarlo de sus canales,
para luego besarlo a destiempo.
Ella caminaba a contracorriente,
él volaba sin alas,
y ambos reían le pesara
a quién le pesara.
Ella sacaba la mejor versión de él,
cómo no la iba a querer.
Se miraban fijamente a los ojos,
refugiándose en sus miradas,
pero ninguno se atrevía a decir
lo que sentía por el otro.
Hasta que por primera vez
bajo las sábanas,
confesaron que todo el tiempo
se habían soñado.
Todos los días eran perfectos para él,
porque se levantaba y lo primero que veía
eran sus hermosos rasgos,
y lo primero que escuchaba
era su tierna voz.
Tenían dos alarmas:
una para despertarse
y otra para dejar de abrazarse,
ignoraban ambas.
Fueron la pareja perfecta
por un tiempo,
pero pasaron los meses y
sin darse cuenta,
cada día estaban más cerca
de alejarse.
Ella le dijo que volvería un martes
y nunca regresó,
desde entonces cada día fue lunes.
Nunca el tiempo se pasó tan lento,
hasta que la amó y
ella se marchó.
Todos esos meses con ella aprendiendo
a ganarle un segundo
al tiempo perdido,
para terminar perdiéndola.
Y no sólo la había perdido,
se sentía sin rumbo
con su ausencia.
Su soledad estaba completamente
repleta de sus recuerdos.
Confundía lo analgésico
con lo analógico,
y miraba sus fotos,
a ver si así le calmaban el dolor.
Dormía con los ojos abiertos,
por si algún día
ella regresaba a sus sueños.
Quería rehacer su vida
pero no podía viajar atrás en el tiempo,
no podía inventar
una máquina para volver,
una y otra vez, a ella.
Sus amigos le decían
que tenía que seguir adelante,
y él no era capaz
de explicarle eso al corazón,
y él no era capaz
de dejar de quererla.
La quería desde la plena conciencia
de saber,
que nunca más
volverían a estar juntos.
"Nada abarca más espacio
que tu ausencia," –le dijo él−
"Cómo no echarte de menos," –suspiró−
"si acariciarte era rozar la eternidad."
Y puso su flor favorita sobre la tumba.
— m.f. // Fragmento de un libro que tal vez escriba #7 //
En sus sueños era ella
quien lo abrazaba
En sus sueños era ella
quien lo abrazaba
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