Cuando pienso en ti, lo primero que se me viene a la mente son tus ojos; y bueno, tu intermitencia.
No me querías a tu lado, pero tampoco me querías con nadie más.
No te quedabas, pero tampoco terminabas de irte.
No me dejabas extrañarte, pero mucho menos olvidarte.
Finalmente llegó un punto en el que de tanto pasar la hoja, la hoja me terminó pasando a mí y me di cuenta que no podía seguir queriendo a alguien que estaba más en mi cabeza que en mi vida.
Y por fin comprendí que eso no era lo que quería para mí, que tú no eras la persona que yo necesitaba.
Ahora sé que merezco a alguien que siempre me elija, ya no me voy a volver a conformar con ser una simple opción como siempre lo fui para ti.
Pero tengo que aceptar que no todo fue malo; desde que te fuiste y decidí no ir detrás de ti, se me hace más fácil dejar ir.
La verdad es que al final he terminado por acostumbrarme a tu ausencia.
Te fuiste tantas veces de mis manos, que tarde o temprano tendrías que irte también de mi vida.
La última vez que nos vimos me dijiste que si no quería estar contigo sólo debía decirlo y yo me quedé callada sin poder decir que simplemente tenía miedo de quererlo demasiado.
Así que ahora estoy aquí escribiéndolo para que lo sospeches pero la duda me proteja y nunca puedas confirmarlo.
Gracias por dejarme ir, probablemente yo no hubiera podido soltarme sola.
Somos eso que se encuentra una vez y se trata de olvidar toda la vida.
— m.f. // Intermitencia
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