Porque una parte de mí sabe que esto no durará
y que no funcionaremos,
pero no sabes cuánto me gustaría equivocarme.
Y es que cuando te miro,
no puedo evitar preguntarme cómo te verás con barba.
Porque estoy segura que cuando tengas cincuenta años
y se te empiece a caer el cabello,
dejarte la barba te parecerá la mejor idea del mundo.
Algunos días despierto preguntándome cómo besarás en veinte años.
Si seguirás siendo tentativo como lo eres ahora
o si serás más sabio,
más firme.
¿Cómo tomarás tu café?
¿Será un latte o un espresso?
¿En treinta años la vida te habrá amargado
o te tendrá riendo como un niño recién nacido?
Me pregunto si serás de esos empresarios de mediana edad
que leen el periódico en la banca de algún parque.
O si vivirás en un pequeño departamento en el centro de alguna ciudad,
sobreviviendo de cereal y jeans rotos.
Olvídate de tantos años,
quiero verte en cinco.
¿Vivirás en una gran ciudad como lo prometiste?
¿Habrás viajado por todo el mundo
y aprendido a tocar la guitarra?
Me pregunto si empezarás a leer
y a apreciar la poesía y el arte.
Prométeme que llamarás,
aunque sea simplemente para discutir un nuevo libro.
¿Seguirás escuchando la misma música?
¿Tendrás una etapa de rock pesado?
Lo dudo bastante.
Me pregunto si te preguntarás por mí.
Y es por eso que tengo miedo.
Porque te tengo aquí,
junto a mí.
Y ya te extraño.
¿Cómo me sentiré cuando te vayas de verdad?
Tengo miedo de que ese día llegue.
Miedo de que mi familia y mis amigos agreguen tu nombre a esa lista de cosas
que nunca deben mencionar enfrente de mí.
Y es que a veces,
cuando me besas con la radio a todo volumen,
me pregunto si odiaré esa canción el próximo verano.
Ayer te miré e intenté calcular la probabilidad de que esto funcione.
Lo mejor que pude conseguir fue un 50/50.
Y eso siendo optimistas.
Así que sí,
tengo miedo.
Pero no hay nadie más con quien preferiría tenerlo,
sólo contigo.
— m.f. // Miedo