domingo, 9 de febrero de 2025

Al perderte, me encontré a mí

Un día estaba todo bien.

Contigo sentí algo que nunca antes había sentido:

seguridad.

Como si, por primera vez, 

mi corazón tuviera un lugar en donde descansar,

y mi mente uno en donde dejar de sobrepensar.

No tenía miedo.

No dudé.

Me entregué a la calma de estar contigo,

a la certeza de que esta vez,

tal vez,

todo sería diferente.

Y entonces, un martes cualquiera,

me dejaste con todo el amor en las manos.

Sin previo aviso, sin una grieta visible antes de la caída.

Solo un silencio lleno de despedidas no dichas,

solo una ausencia que se sintió como un eco infinito.

Y yo me quedé ahí,

sosteniendo todo lo que aún tenía para darte,

pero que ahora ya no sabía en dónde poner.

Me hice tantas preguntas…

las mismas, una y otra vez.

¿En qué momento dejó de ser suficiente?

¿Qué fue lo que no vi?

¿Por qué no fuiste capaz de quedarte?

Pero el silencio resolvió mis dudas,

o tal vez fui yo quien encontró las respuestas dentro de sí misma.

No fue el timing.

No fue la distancia.

No fue el miedo.

Simplemente, no eras tú.

Tal vez te idealicé demasiado.

Tal vez amé más la idea de lo que podríamos haber sido

que la realidad de lo que éramos.

Tal vez para ti nunca fue tan real como lo fue para mí.

No lo sé.

Pero al final del día,

no puedo quebrarme la cabeza intentando entender la tuya.

No quise darte espacio para explicaciones,

porque sabía que cualquier palabra que 

saliera de tu boca sería un consuelo falso.

Tu decisión ya estaba tomada.

Y aunque dolió,

hoy entiendo que era lo mejor.

Pasé tanto tiempo preguntándome qué hice mal,

en qué fallé,

cuál fue mi error.

Pero no.

No soy demasiado.

No soy poco.

Soy yo.

Y para alguien, eso será suficiente.

Para mí ya lo es.

No te odio.

No te guardo rencor.

Te quise de verdad.

Te habría elegido una y mil veces,

a pesar de las adversidades.

Pero el que tú no me eligieras,

me obligó a elegirme a mí.

El que tú no me quisieras,

me enseñó a quererme más a mí.

Y, aunque no lo creas,

incluso ahora,

agradezco haberte conocido.

Agradezco haberte sentido y

haberme permitido entregarme

a pesar de la incertidumbre.

Porque todo lo que llega,

nos va acercando a lo que realmente nos pertenece.

Pero hoy sé que no eras tú.

Que nunca fuiste.

Y que nunca serás.

Porque aunque las cosas

se acomodaran,

aunque la distancia 

se acortara...

Aunque volvieras

y dijeras todas las palabras

que te imaginé tantas veces diciendo en mi cabeza,

no sería suficiente.

En este punto,

ya nada sería suficiente.

Porque no puedo volver a un lugar

donde la seguridad ya no existe.

Donde la base que nos sostenía,

se rompió.

Y claro que duele.

Claro que pesa.

Pero no voy a hundirme por algo

que no era para mí,

algo que se sentía como

prestado.

Todo pasa.

Y yo voy a estar bien.

Lo que tuvimos fue especial,

claro que lo fue.

Pero así como conecté contigo,

voy a conectar con muchos más.

Porque sé amar.

Porque sé cuidar.

Porque sé entregarme.

Porque sé que el amor no es miedo,

ni incertidumbre,

ni alguien que duda de si quiere quedarse.

Porque sé que merezco un amor

que sea tan grande como lo que llevo dentro.

Quiero enamorarme,

quiero sentirlo todo.

Lo bueno, lo malo y todo lo que hay en medio.

No quiero amores tibios.

No quiero dudas disfrazadas de promesas.

Quiero alguien que me ame con la misma intensidad

con la que yo amo la vida.

Te deseo mucha luz y felicidad.

Que encuentres lo que buscas,

que cumplas todas tus metas

y los sueños que me platicaste.

Que encuentres ese amor que no te genere dudas,

que te haga sentir tan seguro como yo me sentí contigo.

Yo seguiré con mi proceso de autodescubrimiento.

Porque ya no soy la misma de antes.

Ya no soy la que se queda esperando,

la que se pierde intentando entender lo que no tiene sentido.

Ya no soy la que se olvida de sí misma 

por retener a alguien que no me elige.

Ahora soy la que encuentra contención en sí misma,

la que se abraza en su dolor y lo convierte en fuerza.

La que se levanta,

la que entiende que no depende de nadie más

para ser suficiente.

No te guardo rencor,

pero sí me guardo a mí.

Me guardo el amor que no me diste,

me guardo la paz que me quitaste,

y me guardo la lección que aprendí:

soy suficiente por el simple hecho de ser yo.

No tengo que pelear por un lugar en la vida de alguien.

El lugar que me corresponde es el que yo misma me hago.

Y estoy agradecida,

porque todo lo que vivimos 

me hizo entender que soy capaz de sentir y entregarme

sin tenerle miedo a la incertidumbre.

Así que hoy, después de todo,

me quedo con la certeza de que todo lo que se va,

es para dejar espacio a lo que merece llegar.

Sé que lo mejor siempre llega después,

cuando el espacio se limpia,

cuando lo que no sirve se va.

Y sé que mi destino está por venir,

porque ya lo estoy construyendo,

con todo lo que soy,

con todo lo que aprendí a ser.

Y yo sé que será mucho mejor,

porque incluso yo soy mejor ahora que te fuiste.

Y mientras tanto,

seguiré amando la vida.

Seguiré aprendiendo a cuidarme,

a ser mi propio refugio.

A ser mi propio todo.

Seguiré creciendo, aprendiendo, conociendo

y abriéndome a todo lo que está por llegar.

Y cuando el amor que merezco llegue,

será el tipo de amor que se queda,

que me elige sin reservas,

que no tiene dudas.

El tipo de amor que se construye,

que se respeta,

que crece con el tiempo.

Ese amor será para mí.

Así que ya no me quedan preguntas

sin respuesta,

ni dudas, ni vacíos que me atormentan.

Todo se va acomodando,

y yo me entrego a ese flujo,

a esa certeza de que todo tiene su razón de ser.

No tengo que entender cada pieza del rompecabezas,

porque el Universo ya tiene todo trazado.

Solo me dejo llevar,

porque sé que en cada paso,

me acerco más a mi propósito,

más a mi destino.

Lo que no fue, no era para mí,

y lo que viene, será aún mejor.

Lo que se fue, se fue porque ya no encajaba

y lo que llegue, lo recibiré con los brazos abiertos,

con la certeza de que será justo lo que necesito,

en el momento exacto,

cuando esté lista para recibirlo.

No tengo miedo de lo que vendrá,

no temo al vacío

ni a la soledad,

porque sé que el Universo tiene un plan,

y me está guiando a mi destino.

Cada paso, cada lección,

cada adiós,

me acerca más a mí misma

y me aleja de lo que no me hace bien.

Al final, sé que todo se alinea,

que todo encaja,

y que lo único que tengo que hacer es confiar.

Porque el Universo, siempre,

siempre me lleva hacia donde debo estar.


                                                                        — m.f. // Al perderte, me encontré a mí


viernes, 31 de enero de 2025

El regalo de re(encontrarnos)

Conocí a alguien 

(por segunda vez).

Pero, esta vez, todo se sintió bien.

Desde que reconectamos, 

algo dentro de mí comenzó a hacer sentido

de una forma tranquila, pero profunda.

Me da paz.

Una paz que no viene de la ausencia de complicaciones, 

sino de la aceptación plena de lo que fuimos, 

de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.

Su voz no ahoga el ruido del mundo,

pero lo transforma en algo suave, 

liviano, manejable y lejano.

Es como si el caos supiera que aquí no tiene espacio,

como si todo hubiera encontrado su ritmo natural,

sin que tuviéramos que empujar o forzar nada. 

Su risa tiene la capacidad de calmar la estática de mi mente, 

transformando lo que parecía confuso y pesado en algo ligero. 

Tiene esa calma que me hace sentir que todo encaja, 

que no necesito ser más de lo que soy. 

Me da tranquilidad.

Pero no porque me haga falta,

sino porque llega como un reflejo de lo que ya soy,

como si al mirarlo viera todo lo que alguna vez soñé para mí,

todo lo que me prometí encontrar 

cuando aprendiera a amarme primero.

Y creo que en esas estamos.

Nunca antes había experimentado un amor así,

tan puro, tan genuino, tan inocente.

Sin juegos, sin dudas, sin prisas,

sin la sombra de lo que pudo ser con alguien más.

Es un amor que fluye con naturalidad.

Un amor que no empuja, que no jala, que no estanca,

que no nace de la urgencia, 

ni de la carencia, ni de la necesidad.

Sino de la elección consciente de estar,

de la certeza de que no necesitamos salvarnos,

pero qué bonito es impulsarnos.

Es un amor que me acepta tal como soy, 

que me da espacio para crecer a mi propio ritmo,

sin exigencias ni condiciones. 

No pretende cambiarme.

Me deja ser, me deja descubrirme 

y reinventarme bajo mis propios términos.

No espera que yo encaje en una versión de mí que no existe,

no intenta moldearme a sus expectativas,

me recibe en todas mis formas,

en todos mis procesos.

No viene a darme respuestas,

sino a acompañarme mientras las encuentro por mí misma.

No pretende apresurar nada ni forzarme en ninguna dirección.

Se siente como si hubiera sido destinado a llegar, 

como si los caminos de ambos se hubieran 

reencontrado en el momento perfecto, 

cuando estábamos listos para elegirnos.

Y eso, precisamente, es lo que más me llena. 

El saber que lo que compartimos no nace 

de la necesidad de tener a alguien, 

sino de la simple elección de estar juntos porque sí,

porque se siente bien, 

porque queremos estar el uno con el otro 

sin más razones que las que nos nacen del corazón. 

Nunca antes me había permitido amar desde esta plenitud. 

Es como si mi relación conmigo misma se hubiera consolidado 

de una manera tan clara que ahora puedo compartir esa paz con él. 

Nos elegimos todos los días, sin miedos, ni dudas, ni reservas,

porque sabemos lo que significa sentirnos 

completos dentro de lo que somos 

y de lo que representamos el uno para el otro.

Y no, esto no significa que todo sea perfecto para mí.

Aún tengo mis días malos.

Días en que las horas parecen no terminar.

Días en los que la nostalgia llega y se instala sin avisar

o en los que la vida parece exigirme más de lo que puedo dar.

Pero con él, esos días se hacen más llevaderos. 

Incluso en esos momentos,

encuentra la manera de sumarme,

de hacerme sentir que no estoy sola.

No es que cambie lo que no se puede cambiar, 

sino que simplemente con su presencia, 

el peso de esos días parece aligerarse. 

Y me recuerda que no todo es gris, 

que siempre hay algo por lo que vale la pena sonreír, 

que todo tiene un propósito,

incluso cuando las horas pesan un poco más. 

Y, de una u otra forma,

me reitera que, aunque siga teniendo días difíciles,

ahora estoy acompañada.

Algo que amo es que nos reflejamos en lo que realmente importa, 

en lo que da sentido a nuestras vidas. 

Nuestros valores, nuestra forma de ver el mundo,

nuestros sueños, nuestras creencias,

lo que nos acerca a nuestra humanidad.

Pero, a la vez, nos complementamos en las diferencias. 

Lo que él tiene y yo no, lo que yo tengo y él no, 

se convierte en lo que nos hace crecer, 

lo que nos hace aprender del otro, 

sin perder lo que somos por separado. 

Es como si hubiéramos crecido en caminos distintos 

pero con la misma brújula, dirigiéndonos al mismo destino.

Esas diferencias no nos separan, nos unen. 

Nos permiten ser más grandes de lo que ya éramos, 

sin perder nuestra propia esencia. 

Nos completamos, nos reflejamos, 

pero también nos retamos,

porque somos lo suficientemente valientes 

como para ser quienes somos, 

sin miedo a las diferencias.

Y, por supuesto,

también nos inspiramos,

nos aplaudimos

y nos admiramos mutuamente.

Me encanta escucharlo hablar sobre la vida,

la forma en la que ve el mundo,

su perspectiva, su claridad, su perseverancia, 

su determinación, sus ganas.

Amo como le ve el lado bueno a las cosas.

Su enfoque me impulsa a ser mejor, 

a ver el mundo desde otro ángulo, 

a mirar más allá de lo evidente.

Y yo sé que él también siente lo mismo por mí.

Nos ayudamos a crecer, a ser mejores el uno para el otro, 

y eso me llena de una felicidad profunda. 

Me muero por vivir esta aventura con él,

por acompañarlo en su viaje,

por ser parte de sus sueños,

que se convierta en parte de los míos

y, con el tiempo, crear los nuestros.

Porque sé que esto puede trascender.

Porque nunca me ha hecho cuestionar el lugar que tengo en su vida,

porque en todo momento, me elige,

como yo lo elijo a él.

No hay inseguridad,

ni hueco para la incertidumbre.

Me da la seguridad de saber que estoy donde quiero estar,

con quien quiero estar.

Y sé que lo que tenemos es único,

que la mayoría de la gente muere

sin haber experimentado algo tan puro,

tan perfecto,

como un tesoro que encontramos

y que cuidaremos,

porque es tan valioso que sé que ninguno 

de los dos estaría dispuesto a perderlo.

Y lo más bonito de todo es que me acerca más a mí.

A mi esencia, a mi plenitud, a mi destino, 

a la mejor versión de mí misma.

Y yo lo acerco más a él,

a su propia verdad, a su propio camino, a su propósito,

a esa parte de él que también estaba esperando ser descubierta.

Es un amor sin miedo,

sin ese peso de los errores pasados,

sin la angustia de tener que aferrarte a él

porque sientes que se te va.

No hay ninguna ansiedad 

disfrazada de interés,

ni dependencia envuelta de promesas.

Es sencillo.

Es ligero.

Pero también es profundo.

Y eso lo hace más especial.

Lo que compartimos se ha vuelto algo tan 

maravilloso porque no hay presiones, 

ni expectativas que no podamos cumplir. 

Es un amor que se mantiene firme en su núcleo 

pero que va creciendo y echando raíz en cada rincón de nuestras vidas. 

Se siente como haber llegado a un lugar 

que no sabía que estaba buscando,

como encontrar algo que no necesitaba,

pero que ahora no imagino no tener.

Es una experiencia nueva,

una certeza que no pide explicaciones,

una historia que se desenvuelve a su propio ritmo,

sin prisa, sin presión, sin miedo a lo que sigue.

Algo que elijo, algo que elijo todos los días. 

Lo elijo porque lo que compartimos no se puede encasillar en palabras. 

Es un amor que no necesita ser nada más que lo que ya es: puro, sincero, transformador y real. 

Y por esto, a cada paso, me sigue sorprendiendo lo bien que encajamos, 

cómo nos encontramos siempre en el mismo lugar, 

en la misma dirección, con la misma claridad.

Quiero que esto siga siendo así. 

Porque cada día a su lado es una nueva oportunidad para descubrirnos más, 

para seguir creciendo, para vivir lo que solo nosotros entendemos. 

Y eso que compartimos, es una bendición. 

Es lo más hermoso que he encontrado. 

Es un regalo que quiero cuidar...

simplemente, es un amor que quiero seguir eligiendo siempre.

Y pues nada,

en pocas palabras,

me gusta un poco (mucho) más mi vida desde que está en ella.

No sé qué vaya a pasar,

no sé qué nos deparará el futuro, 

pero, en este momento de mi vida,

lo que más quiero en el mundo es que funcione.

Quiero que sí.

Quiero que él.

Quiero que se nos dé.

— m.f. // El regalo de re(encontrarnos)

viernes, 24 de enero de 2025

Nuestro colapso estelar

Nunca planeamos esto.

No estábamos hechos para encontrarnos,

o eso creímos durante años.

Dos estrellas orbitando el mismo cielo,

conscientes de la existencia del otro,

pero siempre manteniendo una distancia segura,

como si el Universo supiera que hacernos chocar

sería igual de épico que destructivo.


Pero, un día de la nada, pasó. 

Quizás fue un accidente.

Quizás el Universo se distrajo 

lo suficiente como para permitirnos 

irrumpir en la vida del otro, 

rompiendo todo lo establecido.


Y de pronto, ahí estabas,

en mi espacio, en mi tiempo,

ignorando todas esas reglas que alguna vez nos alejaron.

Rompimos tantas de esas juntos...

Compartimos risas que se sentían como huracanes

y silencios que de alguna manera lograban decirlo todo.

Había una química que quemaba,

que nos encendía y nos consumía a la vez

- y una conexión que era caos

y perfección en la misma medida.

Como si nuestras piezas,

aunque rotas,

encajaran demasiado bien.


Dormimos juntos muchas noches,

enredados en una intimidad

que iba más allá del cuerpo,

que a veces se sentía como un hogar

y otras como una tormenta.

Compartimos madrugadas que parecían no tener fin,

y canciones que hablaban por nosotros,

como si cada acorde supiera lo que no nos atrevíamos a decir.


Había momentos de ligereza, 

de esa alegría que no necesita explicación.

Pero entre las risas y la música,

había una verdad que yo no quería aceptar.

También estaban los excesos,

los vicios que disfrazábamos de conexión.

Eran noches largas donde nada parecía real,

y días que amanecían vacíos,

con una sensación de cansancio 

que ni el sueño más reparador podía quitar.

Tu compañía era como esas noches de verano

que deberían dejarte sin aliento,

pero que al final solo te hacen sentir cansada,

con un hueco que no sabes cómo llenar.


Tu humor era tu escudo,

una forma de esquivar lo incómoda 

que puede llegar a ser la realidad.

Y aunque tus bromas llenaban los silencios,

también dejaban heridas.

Entiendo que con cada chiste, 

intentabas aligerar el peso.

Pero tus comentarios, tus comparaciones,

a veces me herían.

Y aunque sé que no lo hacías con maldad,

me dolían igual.

Y en silencio, aprendí a cargar con esas heridas

y callarme las cosas. 


Con el tiempo, vi más allá de tu fachada.

Llegué a conocer tus miedos,

tus inseguridades,

tu vulnerabilidad oculta,

todo lo que escondías detrás de tu risa fácil,

todo lo que quizás nadie más había visto.

Y sé que eso te asustó.

Te vi como realmente eras,

y creo que eso te hizo retroceder.

No por mí.

Sino porque al ver tu reflejo en mis ojos,

creo que viste lo que podrías llegar a ser,

pero también la versión de ti que tendrías que dejar atrás

para convertirte en eso que yo necesitaba. 

Porque avanzar conmigo significaba cambiar,

dejar atrás la versión de ti que te era cómoda,

que te hacía sentir seguro,

a la que estabas tan acostumbrado.


Y aunque sabía que había algo frágil en ti,

algo roto que intentabas ocultar,

me atreví a mirarte con ojos de amor.

Y esa vez,

cuando mis ojos te buscaron de verdad,

me dijiste, casi susurrando:

“No me mires así”.

Como si mis sentimientos pudieran derrumbar 

esas barreras que tanto te había costado construir.

Como si en mi mirada pudieras caer.

Como si mi amor fuera ese laberinto

del que no sabrías cómo encontrar la salida.


Quizás fui demasiada paz para ti,

pero tú, por otro lado,

tú me robabas la paz. 


Entre risas y caricias,

nuestros encuentros estaban marcados

por excesos, vicios compartidos y desvelos

en esas madrugadas que se sentían efímeras

pero que dejaban un vacío

que no se llenaba al amanecer.


Y, eventualmente, 

me confundí entre esa neblina

y creí haber encontrado algo

entre lo que parecía placer

pero también era desgaste.


Al final de cuentas,

entendí que nuestro intercambio de energía era desigual.

Yo daba y daba,

y tú tomabas,

como si mi energía pudiera sostenerte,

como si mi luz pudiera llenar ese hueco

que no querías mirar.

Pero yo me agotaba.

En ese intercambio desigual,

perdía partes de mí.


Cuando te fuiste lejos, 

la distancia hizo lo suyo 

y me dio la claridad que necesitaba.

Tú estabas en otro lugar, con otras personas.

Yo también.

Y aunque probé otras risas y otras manos,

ninguna conexión se sintió como la nuestra.

Pero tampoco se sintió tan desgastante.

Dejé a un lado lo que no me aportaba,

me enfoqué en lo que realmente importaba:

mi bienestar, mi paz,

mi plenitud, mi reconstrucción, 

mi camino,

en mí.

Me alejé del caos que confundía el placer con el desgaste

y, poco a poco, entendí que mi energía es mía.

Que puedo compartirla, sí,

pero nunca más regalarla.


Cuando regresaste,

pareció que el tiempo no había pasado.

Como si hubiéramos retomado en donde lo dejamos.

Volvimos a lo mismo.

A los chistes, a las canciones,

a las madrugadas que parecían repetirse como un eco.

Todo parecía igual:

las risas, la química,

el vértigo de estar juntos.


Pero esta vez era diferente.

Había algo en tus ojos,

algo que buscaba aferrarse a mí.

Como si intentaras convencerme 

- o convencerte -

de que podías ser lo que yo necesitaba,

de que podías darme lo que buscaba.


Y aunque me dijiste desde el principio

que no me enamorara de ti,

al final, creo que fuiste tú quien se enamoró.

Incluso me lo confesaste esa vez,

quizás influenciado por el alcohol

o por una noche que parecía no tener fin.

Pero, como haya sido,

esas palabras no fueron suficiente.

No porque no las sintiera genuinas,

sino porque sabía que no podías sostenerlas. 


Además, esta vez yo veía todo con claridad,

y aunque esa frase me hizo temblar,

no pude decírtela de regreso.

No porque no te quisiera,

sino porque ahora sabía algo que antes no había entendido:

mientras tú te recargabas de mi luz,

yo me quedaba vacía. 

Y, por fin comprendí, que no eras parte de mi destino,

ni de mi mejor versión,

de esa que estoy construyendo,

esa que ahora quiero ser.


Y aunque vi en ti el potencial de ser alguien diferente,

alguien mejor,

entendí que no era mi responsabilidad esperarte.

No podía quedarme contigo por la persona que podías llegar a ser.

Porque, al final del día, 

somos lo que somos.

Y, francamente, 

a mí no me gustaba la persona que era cuando estaba contigo. 


Te quiero, y siempre te querré,

pero en un rincón del pasado,

no del presente.

Porque ahora sé

que el amor propio empieza con soltar,

con aprender a dejar ir todo lo que pesa,

todo lo que duele más de lo que sana.


Espero de corazón que encuentres tu camino,

aunque aún no sepas cuál es.

Que descubras quién eres y quién quieres ser.

Que encuentres lo que buscas

y lo que te llene.


Yo, por mi parte, quiero algo más.

Quiero seguir adelante,

seguir construyendo mi realidad,

mi plenitud, mi paz.

Quiero elegir lo que me suma,

lo que me hace crecer,

lo que me acerca a la persona que quiero ser.

Quiero encontrar mi destino

y llenarlo de luz,

de paz,

de amor propio.


Te agradezco por las lecciones,

por mostrarme lo que quiero

y, sobre todo, lo que no.

Por ayudarme a entender que mi energía es valiosa,

que no tengo que perderme

para que alguien más se encuentre.

Y que mi luz es mía

- y que nunca más la voy a desgastar

intentando iluminar a alguien más.


Te dejo con mis mejores deseos,

con gratitud por lo que fuimos

y por lo que me ayudaste a ver en mí.


Creo que a veces, las estrellas están destinadas

a brillar en cielos diferentes

y está bien.


Sé que cuando piense en ti,

en lo que fuimos,

me quedaré con lo bueno.

Pero también con la certeza

de que mi vida sigue adelante,

tal vez vacía de ti,

pero llena de todo lo que merezco.


Espero que un día mires atrás

y entiendas que este caos

fue un paso más hacia tu destino.

Porque aunque yo no he encontrado el mío,

hoy sé que no está contigo.

Hoy sé que nuestros caminos no son el mismo. 


Mis pasos ya no te buscan,

y mi corazón, aunque alguna vez te quiso,

ahora camina hacia algo más grande.

Hacia mí misma.

                                                                                          — m.f. // Nuestro colapso estelar